20 de Abril del 2019: Vigilia Pascual

20 de Abril del 2019: Vigilia Pascual

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Por: El Peregrino

En esta noche santa celebramos el sí definitivo de Dios la persona de Jesús, a sus palabras y obras. Y junto con ello, el sí de Dios a la humanidad. El culmen de la reconciliación entre Dios y los seres humanos inicia su última etapa con la resurrección de Jesús. Nuestra actitud, además de ser festiva, propia de toda celebración litúrgica, debe corresponder a la de toda vigilia: estar en vela, en espera confiada.

Esta vigilia representa el final del Triduo Pascual (pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo) y la celebración más importante del año litúrgico. En esta noche santa culminamos la conmemoración de los misterios por los cuales hemos recibido la redención.

Como madre de todas las vigilias, está compuesta por cuatro liturgias: la de la luz, la de la palabra, la bautismal y la eucarística. La homilía de esta noche ha de recodar los misterios de la historia de la salvación tratando de articularlos con sus partes celebrativas y, como elemento de la liturgia de la palabra, ha de ser el nexo entre los diferentes momentos de la noche.

La lectura del evangelio nos narra la visita de las mujeres al sepulcro en la madrugada del primer día de la semana y su encuentro con dos hombres que les anuncian la resurrección. Este texto une la tradición del sepulcro vacío a la de la aparición de los ángeles, dando más importancia a la segunda que a la primera. No será la piedra corrida ni la ausencia del cuerpo que determinará el cambio de actitud de las que llegaban tristes y desconcertadas, sino de una experiencia de Dios, de una intervención de gracia que les ayudó a ver que donde buscaban no estaba el que había resucitado: “¿por qué buscan entre los muertos al que vive?”

La pascua de Jesús puede entenderse como un movimiento vital acontecido en su persona y, para descubrirle, estos mensajeros de Dios les dan a las mujeres las claves para poder encontrar al que ya no está en ese lugar porque ha resucitado. A nosotros también se nos pide un movimiento vital para reconocer al que vive, un cambio de sentido sostenido por la gracia. Tres verbos pueden indicar este movimiento, fruto del encuentro de las mujeres con los ángeles: recordar, volver y anunciar.

El texto de Lucas narra que los ángeles indicaron a las mujeres que recordaran aquello que les dijo estando en Galilea. Quien ha resucitado es el mismo que caminó con ellas, quien les explicó el designio salvífico de Dios y avaló su mensaje con signos de la presencia del Reino entre nosotros. En Galilea, tierra de inserción, tierra plural, allí estuvo Dios entre los seres humanos: Dios con nosotros. Dios se hizo carne, pero también palabra humana. Para encontrar al que vive, no hay otra mediación más perfecta que la misma humanidad. Con la resurrección lo humano entra definitivamente en Dios y Dios se expresa en plenitud desde lo humano.

La conversión es un movimiento vital necesario para poder ver a Dios y orientar la vida hacia Él. El tiempo de cuaresma, tiempo de conversión, no solo nos preparó para celebrar dignamente estos misterios, sino que nos ayudó a encontrar a Dios en nuestros distintos ejes relacionales: oración, relación con Dios; ayuno, relación con nosotros mismos; limosna, relación con los demás. Volver del sepulcro, donde ya no hay vida, es dejar atrás lo que nos impedía descubrir y seguir a Dios. La cuaresma nos dio las herramientas y la experiencia. Nos toca ahora continuar fomentando todas las expresiones de conversión que aprendimos. Pero a la vez es una vuelta a la alegría, a la esperanza. Volver del sepulcro es una invitación a secar nuestras lágrimas y vivir de manera positiva, esperanzada, confiando en la bondad, amor y cercanía de Dios.

La experiencia de Dios en nuestras vidas trasciende nuestra limitada existencia. El encuentro con el que Vive nos hace salir de nosotros mismos para anunciar a toda la creación lo vivido y querer que todos tengan la misma experiencia. El encuentro verdadero con Dios nos hace traspasar nuestros límites, fronteras, necesidades, egoísmos y nos empuja a compartir lo que somos con los demás. La Pascua del Resucitado deja en nosotros una fuente de alegría que salta hasta la vida eterna. El Hijo del hombre fue quien resucitó, sin embargo, nosotros recibimos los efectos de este acontecimiento, manteniendo la esperanza de compartir con él su mismo destino

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