A 100 años del cruce de los Andes en avión por el Teniente Dagoberto Godoy

A 100 años del cruce de los Andes en avión por el Teniente Dagoberto Godoy

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Ayer miércoles 12 de diciembre se conmemó el Día de la Aeronáutica Nacional, ocasión en que se rindió homenaje a la hazaña realizada por el joven teniente Dagoberto Godoy Fuentealba, quien en 1918, en un avión Bristol MC-1, cruzó por primera vez la Cordillera de los Andes por sus cumbres más altas.

Dagoberto Godoy era un hombre pequeño pero intrépido, que se había hecho aviador después de desdeñar la carrera de sacerdote.

El 12 de diciembre de 1918 Godoy se levantó de madrugada, desayunó y se puso su gruesa cotona de cuero. El Bristol lo esperaba en la cancha con el motor caliente. A falta de cartas de navegación, el piloto llevaba «un pequeño mapa».

A las 5.05 horas despegó y se elevó en espiral hasta alcanzar los cuatro mil metros; en seguida viró al Este y desapareció detrás de los montes del Tupungato. No llevaba oxigeno y pronto advirtió que el abrigo era insuficiente.

El techo de cinco mil metros indicado por el Bristol estaba por debajo de su propósito; pero aquella mañana favoreció al aviador un tiempo atmosférico que le permitió montar a seis mil trescientos metros. La aguja del altímetro marcaba fuera del margen del instrumento.

El avión pasó por el Cristo Redentor y se internó en el valle de Uspallata. La temperatura era de 15° a 20° bajo cero, y el piloto estaba indefenso en su cabina descubierta. Sentía deseos de zapatear y tirar puñetazos para no congelarse. La velocidad se mantenía entre 180 y 190 kilómetros por hora. Ráfagas esporádicas zarandeaban el aeroplano como a una hoja. Al entrar en valles o cajones sufría bruscas caídas que hacían crujir su estructura y los tensores de sus alas. Volaba sobre una alfombra de nubes. A ratos veía aparecer la cima espantable del Aconcagua. Como iba escaso de gasolina, al pasar la frontera resolvió planear y redujo el motor, pero este se detuvo por falla de la bomba automática del combustible y fue menester usar la bomba de mano.

Al descender se vio cogido por rachas de viento. Durante cuatro minutos el avión fue traído y llevado casi fuera del control del piloto.

Desde dos mil metros de altura divisó el río Mendoza y, siguiendo su curso, buscó la ciudad, en cuya cancha de los Tamarindos esperaba aterrizar. Pero Mendoza estaba oculta por una bruma espesa y, por otra parte, no quedaba gasolina en el estanque.

Sin perder la serenidad, Godoy siguió planeando hacia el Oriente. De pronto entrevió un campo abierto en el lugar llamado Lagunitas. Era un terreno barbechado y, para colmo, deslindado por altas y nutridas arboledas. Se lanzó sobre él sin vacilar, y fue a estrellarse contra una alambrada, destruyéndose el tren de aterrizaje, la hélice y el ala de estribor.

El vencedor de los Andes se golpeó la frente contra el tablero de instrumentos, pero saltó a tierra sin ayuda ajena. Tenía las manos agarrotadas por el frío y se hallaba congestionado por el enrarecimiento del aire.

Eran las 6.35 horas. La travesía había tomado noventa minutos. Una hora más tarde Godoy telegrafió a Chile: «Aterrizado Mendoza. Aparato algunos desperfectos. Yo ligeramente herido».

Cuando volvió a Santiago, cinco días después, el alcalde le dio la bienvenida en un discurso solemne y doscientas mil personas marcharon en pos del carro de triunfo en que le condujeron hasta la Plaza de Armas mientras era vitoreado por la multitud. (Red Educacional Crecemos).

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