Por: Dr. Enrique Oyarzun Ebensperger, obstetricia y ginecología Clínica Universidad de los Andes
Un columnista del diario El Mercurio, cuyos artículos suelo leer, escribió uno titulado Médicos Enfermos, en el que se hacía referencia a los cambios que la medicina ha experimentado durante los últimos años. La apreciación del artículo es que habría una suerte de crisis en la medicina y que ella tendría que ver con los cambios que el ejercicio de esta profesión habría tenido en el mundo, visión que coincide con buena parte de las reflexiones que otros hemos hecho.
Diferentes características de la práctica médica actual difieren profundamente de la práctica clásica, y esto no es fácil para las generaciones de médicos que fuimos entrenados para estudiar toda la vida, para ser consultados a cualquier hora del día o de la noche, para trabajar muchas horas seguidas y pasar horas sin dormir, Actualmente, hay más preocupación por la familia, por la calidad de vida, y hay conciencia de las horas sin comer o sin dormir.
Son muchos los cambios que están transformando el ejercicio de la profesión: hoy existen en nuestro país 28 escuelas de medicina, con un total de alumnos que equivale a más de la mitad del universo total de médicos en Chile, sin contar a los que están llegando de otros países; el Estado ha sido superado como principal empleador; la confidencialidad de la ficha clínica se ha reducido dado que su uso está disponible para isapres, juzgados y otros; la mayor riqueza de los países y los cambios demográficos aumentan la demanda de servicios; la relación médico-paciente se ha transformado y es posible que se haya deteriorado, al menos en ocasiones; y la globalización e Internet han hecho que la comunidad médica haya dejado de ser el reservorio privilegiado de la información sobre la salud humana.
También existen cambios generacionales que comprometen a los nuevos médicos. Estudios recientes muestran que los problemas emocionales, abuso de sustancias y la depresión, son más frecuentes de lo que se pensaba en estos profesionales; y el 60% de los facultativos de Estados Unidos señala que desearía haber escogido otra profesión.
Hay más cambios: la medicina se ha institucionalizado; el predominio masculino en la profesión decrece progresivamente; y el avance tecnológico acelerado ha favorecido la hiperespecialización, haciendo realidad lo que Armando Roa escribió años atrás: “aquí surge el malestar profundo de la medicina contemporánea; por un lado, siente como un atractivo deber cultivar la tecnología y ser actora de su desarrollo; pero la tecnología exige para su dominio la parcelación del hombre en trozos cada vez más pequeños, trozos de cuya suma no resulta un hombre entero…..algo lo aperpleja, el sentirse infiel a lo que le atrajo a su vocación de médico: velar por la salud del hombre entregado a su cuidado, encontrarle sentido a su vida, tratarlo como persona y no como cosa” (Armando Roa).
Y he aquí la responsabilidad de los centros académicos que forman las nuevas generaciones de médicos. Ellos existen para liderar los caminos de la investigación, pero también para mejorar la salud y la calidad de vida de los individuos y de las comunidades. En el cumplimiento de estos objetivos, debe reforzarse en aquellos que se inician en el ejercicio de su vocación lo esencial de la medicina clásica: escuchar al paciente, y enriquecer la vida espiritual porque ello favorece una permanente reflexión sobre nuestro quehacer. Esto es mucho más importante que pedir a veces exámenes sofisticados que pueden conducir a errores más que a certezas.