Por Samuel Fernández Illanes, académico Facultad de Derecho, Universidad Central
Ha sido elegido como el nuevo Presidente de Estados Unidos, contra pronósticos, encuestas y antipatías de muchos, dentro y fuera del país. Eligió y votó el americano común del partido republicano, por sobre las minorías intelectuales, raciales, líderes partidistas u otras. Habló el ciudadano profundo, que prioriza sus asuntos personales, muchas veces menores en comparación a la gran política nacional o internacional, pero que ha sido decisivo a la hora de optar por quién cree lo representa realmente. Y habló fuerte, en contra del continuismo que representaba Hillary Clinton, con su marido Bill, Ex Presidente, el apoyo de los demócratas, con Obama a la cabeza, y cuanto representante de las artes, letras, música, cine y otras manifestaciones culturales, que desplegaron todas sus fuerzas contra Trump. Fueron más convincentes sus eslóganes simples y hasta temerarios, que los razonamientos lógicos de quienes representan el poder establecido de los políticos de carrera de Washington, encarnados en los Clinton, cuya mayor innovación era procurar fuera electa la mujer de un ex mandatario, y por primera vez.
Lo novedoso estuvo en el lado del triunfador, un personaje extraño, atípico, con un programa errático y básico, sin experiencia política interna, y todavía menos en el campo internacional, donde nadie lo apoyó, ni nadie planteó la posibilidad de que ganara, a riesgo de ir contra la corriente y ser calificado de políticamente incorrecto. Sin embargo, se priorizó su inmoderado exitismo personal, y pareciera ser la nueva tendencia en el mundo, con ejemplos en muchos lados y que constituyen una gran incógnita. Se les califica de rupturistas, anti-sistémicos, populistas, aventureros que sólo representan la rabia y disconformidad de muchos ciudadanos. Esa es la lección de Trump, por encima de la política habitual. Hay algo más profundo en esta votación que una mera alternancia en el poder, entre demócratas y republicanos, donde por lo general, ninguno obtiene la reelección consecutiva por tercera vez. Y así ha ocurrido de nuevo.
Las interrogantes corren por parte de cual Estados Unidos liderará Trump. El republicano como muchos otros antes, o el que ahora dice representar, para hacerlo “grande de nuevo”. El predecible dentro de sus intereses permanentes, o el nuevo, en manos de un Presidente inexperto, errático, básico y por sobre todo, imposible de garantizar en sus reacciones. Poco importaría si el país no fuera Estados Unidos, o que no tuviera que confrontarse con otras potencias, como Rusia, China o la Unión Europea, con sus fortalezas y debilidades, pero donde predominan intereses muchas veces en pugna, y áreas potenciales de conflicto en otras regiones.
Mucho ha prometido cambiar y revisar, como los acuerdos de libre comercio, el Acuerdo Trans- Pacífico, o las migraciones no reguladas, o los programas de salud, defensa y otros campos. Hasta convenció a la propia Hillary. ¿Actuará según lo ofrecido en su campaña o actuará con mayor prudencia y según los parámetros normales de Estados Unidos? No hay certezas, si bien cuenta con un Senado y Cámara de Representantes a su favor y con predominio Republicano. ¿Podrá llevarlos adelante, con sólo voluntarismo? La incógnita persiste y también sus reales capacidades para lograrlo. Una nueva realidad y un Trump al que deberemos acostumbrarnos, y reaccionar adecuadamente.