Por René León Gallardo
«Muy queridas familias Riveros Luraschi, Riveros Mardones, Riveros Ramírez, familiares, amigas y amigos todos:
Marty, Silvana, Pablo y Maca: A nombre de los Exalumnos Maristas del Instituto Chacabuco de Los Andes, debo expresarles que compartimos su dolor, con la mayor sinceridad, por todo lo que Bernardo, su esposo, padre, abuelo y hermano, desplegó desde su calidad de ser humano y médico, entre tantos de nosotros.
Un amigo, es ese pariente más querido que uno elije. No es sólo ese familiar que nos toca recibir, quien quiera que sea. La partida de un amigo, sobre todo cuando reúne las cualidades de Quique, es un desgarro del alma cuyas huellas perduran en nuestro recuerdo.
Cortez, refiriéndose a este asunto, dice en sus versos:
Cuando un amigo se va
Queda un espacio vacío
Que no lo puede llenar
La llegada de otro amigo
Cuando un amigo se va
Queda un tizón encendido
Que no se puede apagar
Ni con las aguas de un río
Hoy, nos enfrentamos a la despedida que, no esperábamos para tan pronto, de una persona, especial y tan rica, en características valiosas que adornaban su personalidad superior. Todos, al charlar comentando de nuestra experiencia a lo largo del contacto que cada uno tuvo con él, hemos coincidido en que era intrínsecamente bueno, generoso, humilde, sencillo y poco amigo de hablar de sí. Ponía en práctica, a diario las frases evangélicas de:
Pero tú, cuando des limosna,
que no sepa tu mano izquierda
lo que hace tu derecha,
Cuando tú ayudes a los necesitados,
no se lo cuentes ni siquiera a tu amigo más íntimo;
Así, nuestro amigo apadrinó el “Jardín los Portalitos de Daniela”, en memoria de su querida hija, trágicamente fallecida en la flor de su juventud. Por otra parte, preocupado por los ancianos, estuvo detrás de la creación de la “Casa de Reposo Estela Béjares”, en recuerdo de su inolvidable abuela paterna. Fue médico del Hogar de Cristo, por muchos años.
Aunque Bernardo estaba un curso más adelante que quien les habla, recuerdo cómo le admirábamos por su rendimiento en el Instituto Chacabuco y por su trato amable y bondadoso. En las premiaciones anuales, siempre bajaba del proscenio del Teatro Andes, cargado de medallas y diplomas.
En una ocasión, me relató que quien había sido gran mentor de su vocación de médico, era el Hermano Víctor González Morán. Pocos años atrás, pude invitar a este último a mi casa, ya que había dejado la Congregación en 1977, se había casado y vivía, alternadamente, entre San José de Maipo y España. Alrededor de un rico asado y amena charla, se reunió un grupo de alumnos del curso de Quique con su querido profesor jefe.
Con motivo del Centenario de la fundación del Instituto Chacabuco, la Congregación me autorizó a escribir la Historia del colegio y me envió en viaje de investigación histórica a España, Francia, Suiza e Italia. Al conocer Quique, de este periplo, me llamó para preguntarme si me podía acompañar. No pudo haber proposición más oportuna y feliz. ¡Hacer un viaje en solitario, es demasiado aburrido! Nuestro común amigo Paco Medina, facilitó nuestra tarea coordinando con su familia de España para que otorgaran hospitalidad y apoyo. Nos brindaron eso y mucho más. Emprendimos nuestro viaje a fines de septiembre de 2010. En la Madre Patria, visitamos Madrid, Simancas, Valladolid, Burgos, Palencia, Carrión de los Condes, Valencia y Barcelona.
En Francia, estuvimos en Lyon, Saint Chamond -al suroeste de Lyon- y los lugares maristas en que se originó la Congregación de los Hermanos Maristas. Al visitar Le Rosey, la pequeña aldea en que nació San Marcelino Champagnat, nos encontramos con dos hermanos maristas de Chile. Ese día de octubre, era el cumpleaños de Daniela. Se celebró una misa en que el celebrante, un joven sacerdote brasileño, la recordó, posiblemente a solicitud de Bernardo. Nos habíamos reunido alrededor del altar, tomados de las manos, orando por ella, para recibir la comunión. La escena era emocionante y no pudimos contener las lágrimas.
Hubo otras visitas de orden histórico-artístico en Lyon y otros lugares maristas cuya descripción sería muy extensa.
Posteriormente, nos trasladamos a Suiza donde nos reunimos con un conocido común: Víctor Herrera Santelices, residente en Ginebra. Él nos condujo a la pequeña localidad de Orsières y a la aldea de Issert, en Entremont, en el cantón de Valais, en medio de los Alpes, donde había nacido el marista que fundó el colegio de Los Andes. Luego, fuimos al paso del Gran San Bernardo.
Por razones de trabajo, visitamos el Instituto Suizo para la Investigación de la Nieve y las Avalanchas, en Davos. Fuimos atendidos con exquisita amabilidad y hospitalidad.
Desde Zürich, Suiza, viajamos por tren hasta Roma. Nos alojamos en el antiguo Noviciado Marista, junto a la Casa Generalizia de los Maristas. Este era el lugar donde yo debía hacer mi principal trabajo de investigación.
Bernardo, antiguo conocedor de la Ciudad Eterna, me condujo por varios días, a todos los lugares de interés que conocí con gran detalle y bajo su descripción experta.
Por iniciativa suya, quisimos visitar Ancona, de donde era originaria la familia de su querida suegra, de quien se expresaba con gran cariño. Sin embargo, por razones que no recuerdo, no pudimos viajar a esa ciudad.
Faltando cuatro días para nuestro regreso a Chile y, estando en la Plaza España, sufrí el robo de una gran cantidad de dinero. Bernardo, al verme tan afectado, me entregó 1.000 euros, diciéndome: “René, es sólo dinero. Toma, estos billetes. Son mil euros. Págamelos cuando quieras y, si no puedes, no me los pagues”. Así, era de generoso nuestro gran amigo.
Los días de Roma y Florencia, fueron de gran cultura, historia y, sobre todo, una gran espiritualidad en los lugares sacros.
Mi relato, podría durar horas. La experiencia de amistad con una persona sublime como Bernardo, fue insuperable. Sus recuerdos hacia su querida familia, hacia nuestro Chile, eran constantes y demostraban gran cariño hacia los suyos y al terruño.
Este es un día difícil. De la alegría de festejar su Pascua, experimentamos la triste despedida de un amigo muy querido que dejó honda huella de afecto franco, leal y generoso en vasto número de amigos. En este mediodía otoñal y frío, lo hacemos tanto, a nombre de los Exalumnos Maristas de Los Andes, como a nombre propio.
Bernardo era muy devoto de la Virgen. Realizó miles de ascensos para orar a los pies de la imagen de la Virgen del Valle. Lo hacía a diario, acompañado de Paco Medina y, luego, de Rogelio. Como aquel, su hispánico compañero, Bernardo, llamaba a la Virgen: “La Buenamoza”.
La inmortal Gabriela Mistral en parte de su poema A la Virgen de la Colina, compuesto cuando estaba en esta ciudad, decía:
A beber la luz en la colina,
te pusieron por lirio abierto,
y te cae una mano fina
hacia el álamo de mi huerto.
Y he venido a vivir mis días
aquí, bajo de tus pies blancos.
A mi puerta desnuda y fría
echa sombra tu mismo manto.
Por las noches lava el rocío
tus mejillas como una flor.
¡Si una noche este pecho mío
me quisiera lavar tu amor!
Por eso, nuestro amigo, caminaba todos los días a prestar su homenaje a la Nuestra Buena Madre, de todos los andinos y de nosotros, los Maristas.
Tal vez, como expresaba la gran poetisa, Bernardo, coincidiría pidiendo cada día al Altísimo, en los términos contenidos en el Himno Cotidiano:
En este nuevo día
que me concedes, ¡Oh, Señor!
Dame mi parte de alegría
y haz que consiga ser mejor.
Hoy, nuestro amigo, está en los brazos del Señor, de Nuestra Buena Madre María y San Marcelino. ¡El cielo ha ganado a un hombre bueno al que ha entrado por la puerta ancha! ¡Hemos derramado muchas y viriles lágrimas ante tu partida! Ora, amigo, por todos nosotros. Sólo nos has precedido en cruzar el umbral de la eternidad”.