Por: Zenaida M. Suárez Mayor, Instituto de Literatura Universidad de los Andes
Señor director:
El 23 de enero empieza a ostentar una dudosa gloria. Hace tres años, nos arrebató al mejor cronista contemporáneo de Chile, Pedro Lemebel, y en este 2018 nos sorprende llevándose al único antipoeta de la historia de la poesía; ese al que, con 103 años transcurridos desde su nacimiento, a nadie le dio tiempo de coronar de laureles. Nicanor Parra se fue de esta vida siendo otro rey sin corona del Nobel, como fueron Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges y César Vallejo.
Nicanor Segundo Parra Sandoval (1914-2018) es para muchos el mejor ejemplo de cómo la literatura hispanoamericana tomó el relevo en la literatura universal y de cómo el manejo de la ironía y la precisión de la palabra se convirtieron en los modos atávicos para la creación literaria. Su pérdida es incalculable y no por su edad su muerte sorprende menos. Sorprende, deja pena, vacío y algo de resquemor.
Se vienen los homenajes, los premios póstumos, los encuentros poéticos, en fin, el mito; pero Parra, el gran Parra del Cancionero sin nombre, de los Poemas y antipoemas, de los Artefactos, de los Sermones y prédicas del Cristo de Elqui y de la ecopoesía, entre un sin fin de obras y antologías, tuvo la gloria de ser, además del más longevo, el más irreverente poeta vivo de Chile.
A los que lo negaron, hoy solo puedo decirles: “Dime si te molesto con mis lágrimas” y seguir bailando, con él y con nuestra amada Violeta, una “cueca larga”, como su vida.