Por: Víctor Cortés Zapata.
A María Gabriela Chambel Martínez, la conocí en enero de 1964. Llegaba, desde Arica, a asumir, junto a su esposo, una nueva destinación al Servicio, en la Aduana Mayor Terrestre de Los Andes. Tuve la fortuna de iniciarme laboralmente en ésta, en la sección Comprobación, bajo su jefatura, mostrando su capacidad en el trabajo administrativo, expresado en el manejo serio, responsable, diligente y de coordinación técnica, logrando así un buen clima laboral entre sus cinco integrantes, asegurando, de esta manera, el cumplimiento de la norma legal y reglamentaria en el comienzo de la tramitación de cualquiera de las destinaciones aduaneras solicitadas documentalmente, amparadas en el Código u Ordenanza de Aduanas de Chile, texto complementado, desde 1968, por las Normas Arancelarias de Bruselas (NAB), las que rigen en el comercio internacional entre los diversos países.
En otra faceta, desde un comienzo mostró una casi instintiva, fina y sensible tendencia por brindar ayuda. Así, fue marcada su solicitud por dar y asegurar el mayor bienestar y contribuir a llevar alegría a los hijos de sus colegas, promoviendo e integrando cada año, la comisión de celebración funcionaria de la Navidad, la que viajaba a Santiago para la adquisición, en las mejores condiciones de precio y calidad, de juguetes y otro tipo de regalos para los niños que se acercaban a la pubertad. Siempre estuvo en su quehacer la preocupación por los compañeros de trabajo enfermos o transitoriamente aquejados por problemas de diversa naturaleza, contribuyendo, a través de un gesto solidario, que conllevara alivio y reforzamiento moral.
Es en este último aspecto que se inscribe una noble y difícil acción de Gabriela, considerado el contexto histórico en que se dio, y que la muestra en su más profunda calidad humana, así como su consecuencia con principios y valores morales y su adhesión generosa al sentimiento de la amistad. Respondiendo a una solicitud, acudió, en días previos a un Consejo de Guerra en el Regimiento Guarda Vieja, hoy, Yungay, a declarar como testigo de buena conducta, de un colega que se encontraba encarcelado como preso político. En dicho valiente acto, expresó su dignidad, su honor y su solidaridad hacia el necesitado, superando el riesgo y el natural miedo que ese gesto implicaba.
El día primero de Julio, cuando leí tu partida, querida Gabriela, un profundo dolor cruzó mi alma, sentí no haber podido verte luego de tanto tiempo transcurrido. Los recuerdos se agolparon en torno al cúmulo de humanas acciones que realizaste, a la educada, donosa y grácil presencia que exhibías, todos modelos de conducta que entregaste a tus hijos y que éstos, seguramente, transmitirán a tus nietos.
Adiós, entrañable amiga y colega.