Por: Erica Castro, matrona y académica Facultad de Medicina, U. San Sebastián
Los antibióticos (ATB) tienen un amplio empleo durante los períodos de gestación y lactancia, ya que se utilizan para el manejo de patologías propias de este período, como la ruptura precoz de las membranas e infección ovular, la prevención de las complicaciones asociadas a Streptococcus β hemolítico grupo B y las mastitis. Además, se pueden emplear para el tratamiento de infecciones urinarias, bronquitis y amigdalitis aguda que se pueden presentar en este período.
Se supone que durante la gestación, estos fármacos debieran de tener un uso restringido. La Organización Mundial de la Salud considera que sólo la penicilina, los inhibidores de las penicilinasas y las cefalosporinas podrían ocuparse en forma segura. Con relativa seguridad se encontraría el uso de eritromicina y azitromicina y desanconsejados el empleo de aminoglúcosidos, tetraciclinas y fluoroquinolonas, ya que los primeros pueden impactar en los riñones y conducto auditivo del feto, los segundos pueden depositarse en el tejido óseo de la criatura, principalmente dientes, y las fluoroquinolonas se asocian a afecciones en las articulaciones en modelos animales.
No obstante, ya desde el útero, las criaturas están altamente expuestas a los ATB. Un análisis de cerca de un millón de gestaciones del período 2000-2010 en Dinamarca, mostró que 33,4% de las mujeres con un parto tuvo uno o más tratamientos ATB sistémicos durante el embarazo. En Canadá, se mostró que 45% de los recién nacidos estuvieron expuestos a ATB durante el período perinatal. Las mujeres con sobrepeso y con hipertensión tuvieron significativamente más probabilidades de recibir estas drogas durante el parto que otras mujeres.
Por otra parte, lamentablemente las evidencias demuestran que con frecuencia los ATB se recetan de manera inapropiada en la edad pediátrica y que su uso generalizado sigue siendo un problema de salud relevante en todo el mundo. Muchos recién nacidos y nacidas, particularmente con antecedentes de prematurez, reciben ATB para prevenir o tratar infecciones bacterianas. Un estudio noruego mostró que de 2009 a 2011, se administraron 3.964 ATB por vía intravenosa en el período de recién nacido. Se observaron mayores tasas de prescripción en prematuros o criaturas de término con problemas clínicos relevantes, como 88% de criaturas con muy bajo peso al nacer recibieron medicamentos antimicrobianos. En Estados Unidos se calculó que en 2010, a la edad de dos años en promedio, un niño o niña había recibido casi 3 esquemas de ATB, aproximadamente 10 para los diez años y 17 a los veinte años. La mayoría de las recetas se prescribieron en un entorno ambulatorio y con frecuencia inapropiado.
Los ATB han sido útiles para el manejo y disminución de la mortalidad perinatal e infantil, no obstante, su administración además de originar el desarrollo de bacterias resistentes, recientemente, una serie de nuevos problemas relacionados han sido detectados. En una publicación en la revista Nature Microbiology, ha mostrado evidencia que el uso de ATB en la embarazada puede afectar las comunidades microbianas que se instauran en el intestino de la criatura, existiendo cierta transferencia hacia la descendencia. Así, la evidencia de 17 estudios epidemiológicos, sugieren que la exposición a ATB durante períodos críticos del desarrollo temprano puede influir en el aumento de peso.
La evidencia hasta la fecha sugiere que se debe seguir insistiendo sobre el uso juicioso de ATB, especialmente en los primeros años de vida, cuando la microbiota intestinal en desarrollo es particularmente susceptible a trastornos metabólicos duraderos y el riesgo de obesidad desde la niñez.