Por: Patricio Ovalle Wood, director Centro de Competitividad, Universidad del Pacífico
Nuestro país jamás alcanzará el anhelado y esquivo estatus de país desarrollado si no involucramos a la mujer como un agente catalizador en lo económico y social. De los 38 senadores sólo 6 son mujeres, de los 120 diputados 19 son honorables femeninas, y que decir de alcaldesas electas en esta última elección, directoras de empresas, de cargos ejecutivos, y emprendedoras; ojo de estas últimas sólo el 30% del total de emprendedores del país son mujeres.
Lo anterior deja en evidencia la dramática desigualdad de género que hemos cultivado como país, sin hacernos cargo de esta realidad. Es seductor declararse pro igualdad de género, pero en lo concreto ¿qué estamos haciendo como país más allá de las buenas intenciones?. Llego el momento de pasar de la declaración a la acción y cambiar esta realidad. La mujer debe ser protagonista de este cambio, debemos generar una agenda, con actividades y plazos concretos: resulta impresentable que a igual cargo y responsabilidades las mujeres tengan un sueldo más bajo que el de los hombres, produciéndose una brecha salarial que bordea el 30%.
En Chile la participación en la Fuerza de Trabajo de las mujeres ha ido en aumento en los últimos años, sin embargo, a pesar del crecimiento económico sostenido y los factores condicionantes que podrían posibilitar su incremento, es todavía una de las más bajas en toda América Latina, manteniéndose muy por debajo del promedio regional. De la misma manera, es una de las más bajas entre los países de la OCDE, afectando no sólo la vida de las mujeres, sino también la competitividad del país.
El Pacto de los Derechos Económicos, Culturales y Sociales (ONU) (1966), podría pensarse como un punto de partida en el compromiso de los países de “asegurar a los hombres y a las mujeres igualdad de derechos económicos, sociales y culturales”.
En el año 2000, la Declaración del Milenio reconoció la importancia de la igualdad de género y la autonomía económica de la mujer y las convirtió en uno de los Objetivos de desarrollo del milenio.
Es importante recalcar que ya la Cuarta Conferencia Mundial sobre la mujer, celebrada en Beijing en 1995, marcó un importante punto de inflexión en la agenda mundial de igualdad de género. Efectivamente, la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing, adoptada de forma unánime por 189 países, constituyó un programa a favor del empoderamiento de las mujeres y reconoció que la pobreza de la mujer está directamente relacionada con la ausencia de oportunidades y de autonomía económica.
Como podemos ver, Chile ha suscrito diversos e históricos convenios. Es cierto, hemos avanzado, pero aún falta mucho camino por recorrer. Somos nosotros los llamados a dignificar los acuerdos, muchos de ellos escritos con letra muerta. El mundo es otro y es momento de afrontar este cambio, pero no será posible si no somos conscientes que es tarea de todas y todas, independientes de los gobiernos de turno. Debemos generar una política de estado que resguarde y garantice una igualdad irrestricta de género, para que en 5 años más al releer esta columna nos demos cuenta que hemos avanzado y que esta no es como tantas otras, una declaración de intenciones escrita con letra muerta. ¿Te sumas a trabajar en este desafío?