Por: José Martín Maturana, Facultad de Ciencias Sociales de la U. Central
¡No haces nada bien! ¡Siempre es lo mismo contigo! ¡No esperaba otra cosa de ti! Me imagino que a muchos se les apretó el corazón tan sólo con leerlo. En el caso de ser un sí su respuesta, nos muestra la fuerza de las palabras y la resonancia que produce en nosotros.
Es difícil recuperar la autoestima, incluso con la ayuda de otro, en el caso del terapeuta, quien acompaña y se esfuerza por recuperar a esa persona herida, muchas veces replegada muy en la interioridad, protegiéndose de no volver a ser dañada.
La autoestima, de alguna manera es el trato que tenemos con nuestra persona. Una evaluación realista de mis capacidades, miedos, fortalezas y debilidades. Una aceptación de quien soy y cómo puedo desenvolverme en el mundo; una mirada cariñosa y constructiva a lo que soy. Es una especie de muda del trato que tuvieron los padres o figuras significativas con nosotros, esta vez construida desde adentro y en el normal proceso de maduración.
Aquel proceso de maduración no es fácil, sobre todo si entendemos que la vida es dinámica y compleja, que pueden volver a aparecer nuevas heridas o perdernos de nosotros mismos durante un tiempo. Cambiar viejos patrones y modos de relacionarnos tampoco es un proceso fácil, ya que requiere procesar experiencias y decidirse por un encuentro genuino con uno mismo.
En ese sentido la psicoterapia se entiende como un procedimiento curativo, donde la persona sale fortalecida a través de sus recursos personales. En el caso concreto de la autoestima, se busca que la persona pueda formar un centro, donde pueda habitar cómodamente. En caso contrario, el solo hecho de estar consigo mismo es incómodo u hostil, de alguna manera es extranjero de sí mismo, ante lo cual muchas veces se abandona en otro, llenando ese vacío de sí mismo a través de algún impulso o busca el reconocimiento en otros, porque el mismo no puede otorgárselo.
Nadie puede invitar a la “casa interna”. Si ésta no nos gusta u está francamente abandonada, se requiere de un trabajo profundo con sentirnos bien con nosotros mismos y aceptar quienes somos, solo así podemos encontrarnos con otros, sin anteponer máscaras o falsas formas de ser. Es una invitación a permitirnos ser en nuestra singularidad y procesar las viejas heridas que dificultan el volver a uno mismo, una decisión hacia la construcción de la propia vida.
Si el paciente es capaz de observarse, tomar distancia de sí mismo y percibirse, es más fácil lograr una actitud responsable de sí mismo, lo que genera a su vez responsabilidad ante los otros, proceso que conlleva tiempo. Volver a tomarse de la mano y generar un acto cuidadoso hacia sí mismo, no es un truco de magia o algunas palabras motivadoras. Es una confrontación profunda de hacerse cargo de su vida y de las posibilidades en su mundo. El filósofo francés Sartre decía; “Lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros”