Por: Hno. Ángel Gutiérrez Gonzalo
Madre, aunque tú no quisiste que yo naciera, no puedo dejar de decirte “Mamá”.
Te escribo desde el cielo para explicarte lo feliz que yo estaba desde que comencé a vivir en tu vientre… yo deseaba nacer, conocerte, y pensaba que algún día llegaría a ser un niño alegre. Soñaba con ir al Colegio y llegar a ser un hombre importante.
Yo creía que cuando se cumplieran los nueve meses de estar junto a tu corazón, y naciera, todos se iban a alegrar en casa con mi llegada. Pero tú no pensabas igual que yo, ¿verdad mamá?; y un día cuando yo estaba tan contento jugando en lo más recóndito de tus, para mí, divinas entrañas, sentí algo muy extraño… que no sabría explicártelo, algo que me hizo temblar.
¡Sentía que me quitaban la vida!. Yo quise defenderme… pero la muerte con su implacable y metálica hoz me sorprendía cuando en tu vientre jugaba tan contento y sólo pensaba en nacer para adorarte.
Entonces no comprendí quien me quitaba la vida. Dime, mamá, ¿quién podía entrar impunemente dentro de ti y llegar hasta donde tan seguro me hallaba, para matarme? ¿Quién sabía que yo estaba allí?, ¿Quién fue mamá?, ¿Dónde estabas tú que no me defendiste?.
No sé lo que llegué a pensar, perdóname; pero por un momento, el negro cuervo de la duda pasó por mi mente y creí que sólo tú habías podido hacerlo.
Pero, no; perdona mi mal pensamiento. ¿Cómo iba yo a comprender que una madre matara a su hijo, cuando en la casa no estorban ni el gato ni el televisor?
Ahora, mamá, ya lo sé todo. Estoy aquí en el otro mundo, y un compañero que tuvo igual fortuna que yo, me ha dicho que sí, que fuiste tú, porque dice que hay madres que matan a sus hijos antes de nacer. Madre, ¿cómo pudiste matarme? ¿Cómo es posible que hicieras tal cosa conmigo?
¿Sabes una cosa, mamá?: ayer hablé con Dios y le pedí me aclarase la verdad de mi muerte. El me abrazó con cariño y me dijo muchas cosas… las palabras más maravillosas que jamás escuché; las mismas que siempre soñé escuchar de tus labios de madre. Me dijo también, que sólo El es el dueño de la vida y que nadie tiene derecho ni poder para quitarla. De mis ojos caían lágrimas, pero Dios me estrechó contra su pecho y me susurró tiernamente: “Pequeño mío, si tú no tienes madre, yo te voy a dar la mía”. Y me enseñó a la Virgen. Y Ella me ha dado todo lo que tú me negaste.
Mamá, antes de despedirme de ti, voy a pedirte un favor: que esta carta que te escribo se la leas a tus amigas y futuras mamás, para que no cometan el monstruoso error que tú realizaste conmigo.
Te envío todo ese cariño que hubiera querido darte en vida y te pido que te arrepientas de lo que hiciste con tu hijo que nunca nació.