Ante la difícil situación por la que está pasando el país a raíz de las movilizaciones de las demandas sociales y sus consecuencias posteriores de saqueos, daños y violencia que tanto dolor están ocasionando, el padre Jaime Ortiz de Lazcano Piquer, Administrador Apostólico de la Iglesia de Aconcagua, dio a conocer su Carta Pastoral donde llama a la sociedad a reflexionar acerca de la crisis: «¿Dónde está Dios en medio de tanta violencia y desastre? ¿Está Dios en medio de todo este caos?
Esta carta, donde hemos extractado sus principales aspectos, «es una invitación a compartir y poner en común lo experimentado, lo vivido y a la vez y con la ayuda del Espíritu Santo, iluminar tanta confusión, que muchas personas han sentido en todo este tiempo, por las diferentes situaciones que se han vivido en nuestro país en los últimos días», señala el religioso.
CARTA PASTORAL (EXTRACTO)
«Luego de llevar ya unos cuantos días viviendo una realidad totalmente inesperada de agitación, demandas, manifestaciones, convulsión social, violencia, etc., creo que es el momento de poder compartir y poner en común lo experimentado, lo sentido, lo vivido, y a la vez y con la ayuda del Espíritu Santo, iluminar tanta confusión, tanto desastre, tanta impresión.
Les puedo asegurar, que en los primeros momentos, viendo lo que estaba ocurriendo, quedé como mudo, muy impresionado, casi sin respuesta, medio bloqueado. ¡Pero, qué es esto, me preguntaba con profundo dolor! ¡No es posible que esto esté ocurriendo! Es como si de un día para otro nos hubieran cambiado el país, la ciudad, el barrio, la calle, en definitiva, la vida. Nadie, absolutamente nadie, había sido capaz de darse cuenta que el corazón de las personas y de la sociedad misma estuviera hirviendo a tan alta temperatura. El mundo político, de manera transversal, ni de lejos percibió lo que estaba pasando en el corazón de las personas. Tampoco el mundo empresarial, sindical, comercial, etc., para qué decir la Iglesia, que pareciera que hemos perdido en gran medida el espíritu valiente de denuncia y de anuncio profético. Me quedo muy perplejo porque parece que la sociedad entera se ha quedado sin padre. Toda autoridad ha sido cuestionada y rechazada, además pareciera que hay como un derecho adquirido de manifestar la propia rabia, indignación, enojo y cabreo; hasta la misma ley es ir irada con recelo y menosprecio.
No podemos dejar de preguntarnos por qué pasa esto. Aparentemente, todo indicaba que vivíamos en un país tranquilo, sin duda democrático, donde la delincuencia no superaba los límites de otros países latinoamericanos y estaba bastante controlada, con una vida bastante ordenada, marcada por el trabajo, el esfuerzo, la familia, etc. Sin embargo, ha quedado demostrado que aquello no era sino un espejismo. Evidentemente, no era un ‘oasis’, sino un desierto muy seco y lleno de dificultades: Trabajos exigentes, remuneraciones muy bajas, pensiones de escándalo, deudas por todos los lados. Sí, deudas y más deudas.
Lo más terrible es ver que muchos de aquellos que se suman a las turbas para romper, destruir, saquear y quemar comercios, bancos, autobuses, etc., son como yo, vecinos míos, son personas conocidas, incluso algunos de los cuales participan de la vida de la Iglesia, o por lo menos han recibido sus sacramentos. ¿Cómo es posible que pase esto? Verdaderamente es increíble, parecíamos una sociedad que ya estaba alcanzando el pleno desarrollo, y resulta que ahora, nos damos cuenta de que tenemos serios problemas sin resolver y heridas sin sanar. Es cierto que hay demandas totalmente justificadas detrás de las protestas de estos días, es cierto que la sociedad advierte que ya no da más, que así no podemos seguir, que no es posible seguir siendo el país más desarrollado, próspero y con el mayor crecimiento de América Latina, y a la vez uno de los países más desiguales del mundo.
Me parece que en esto, todos estamos de acuerdo. ¡Qué hacer, entonces! Aquellos que hemos tenido el gozo y el enorme privilegio de conocer el amor de Dios, y que en la Iglesia hemos ido creciendo en él, hemos de tener una certeza ante la pregunta que muchos se hacen: ¿Dónde está Dios en medio de tanta violencia y desastre? ¿Está Dios en medio de todo este caos? La realidad pareciera decir que Dios se ha ido, pues este caos recuerda a aquel que imperaba antes de la creación y que nos cuenta el libro del Génesis: «La tierra era un caos informe. Sobre la faz de la tierra se cernía el abismo y las tinieblas. Y el Espíritu de Dios aleteaba sobre la faz de las agua*» (cf. Gn. 1, 2). La Palabra de Dios nos recuerda que ante cualquier caos, desastre, realidad de tinieblas que pueda existir, siempre el Espíritu de Dios está por encima queriendo crear y dar vida, queriendo ordenar, queriendo informar en el más estricto sentido de la palabra.
Lo que todos estos días estamos viviendo y experimentando, más allá de las demandas sociales tan justas, en donde muchos ciudadanos con razón piden mejor salud, mejores pensiones, mejores trabajos y sueldos, menos impuestos y mayores ayudas ante sus dificultades, es algo totalmente razonable; sin embargo, muchos otros ciudadanos, con la excusa de que en nuestro país roban todos, los políticos, los empresarios, los banqueros, los carabineros, los militares, y una lista que no tiene fin, entonces robamos nosotros también, generando tanta destrucción, violencia e incluso varios ciudadanos muertos.
No nos tenemos que engañar, si por un lado todo lo que está pasando evidencia un sistema económico y social injusto, por otro lado también reacciones tan desproporcionadas y violentas como las que estamos viviendo, nos muestran una sociedad en la que se está produciendo una despersonalización del ser, una suerte de desintegración de la persona, en donde el yo queda disperso y perdido en una muchedumbre anónima y violenta que no tiene conciencia de lo que hace. ¡Cuántos destrozos, cuántos saqueos, cuántos vehículos y negocios incendiados! ¡Cuánta violencia, muerte y desastre!
Nuevamente, el texto bíblico nos recuerda en qué consiste la obra de Dios: «Y dijo Dios». Dios crea con su Palabra, apenas Dios pronuncia la palabra, la realidad pronunciada es creada, aparece. Como Iglesia, como discípulos de Jesús, no hemos de tener duda de que Dios está en medio del caos que estamos viviendo estos días y que tanto nos está afectando. Si Dios está presente, entonces todo es diferente, todo cambia, ya no estamos solos, y además con él podemos ir construyendo un mundo nuevo, una sociedad diferente, mucho mejor y más justa.
En Cristo Jesús, Dios nos ha revelado que toda cruz, toda realidad de sufrimiento, todo dolor e injusticia tienen sentido. Podríamos decir que estamos viviendo como país, como sociedad, como familias y también como individuos, una suerte de pasión, de “via crucis”, de calvario, y razón para ello no falta. Ahora, sin embargo, el Señor nos llama a ser una vez más testigos de la resurrección y a resucitar con Él. Chile está construido sobre profundas raíces cristianas y de fe. Éste es el momento de orar de verdad, éste es el momento de recordar aquella frase de Jesús: «Y cuando veáis que suceden todas estas cosas, alegraos pues se acerca vuestra liberación» (cf. ). Es el momento de preguntarse: ¿Qué estoy haciendo yo ante esto que está ocurriendo? Sí, hermanos, hermanas, es el momento de la oración y de la acción. Ojalá que en todas las parroquias y capillas podamos organizar momentos de oración con la comunidad y con todas las personas de buena voluntad, momentos de adoración al Santísimo Sacramento, también de compartir lo vivido y de meditar para pedir al Señor que nos dé discernimiento para saber de mejor manera la forma cómo podemos contribuir a construir una sociedad mejor y más justa. Y también colaborar con tantos otros vecinos y ciudadanos que van a necesitar más que nunca ayuda por haber visto vulnerada su vida y destruido su puesto de trabajo, por tener que rehacer gradualmente su negocio, su comercio, su vida. Sin duda que en la oración, el Señor le inspirará a cada uno qué es lo que le está pidiendo, desde un mayor compromiso político, hasta un mayor compromiso social, pasando por tantos otros campos de acción no solo posibles sino también indispensables». (Fuente: Obispado de San Felipe)