Por: Ps. Víctor Cortés Zapata
Desde fuentes orientales y occidentales, religiosas y humanistas, se nos llama a convertirnos en agentes de paz en la sociedad universal. No se concibe racionalmente la existencia de grupos humanos promotores del aniquilamiento de los seres vivientes, a través de la guerra destructora, aberrante y cruel. Sin embargo, la mayoría de los conflictos internacionales entre países, muestran causas de intereses económicos y de expansionismo depredador del poder hacia territorios dotados de energías (combustibles diversos), que mueven megacomplejos industriales globalizados, dando lugar a exterminios de indefensas poblaciones étnicas completas de hombres, mujeres y niños/as, expuestos injustamente a las consecuencias de la barbarie de la guerra.
De otra parte, en la sociedad continental, hoy, nace la efervescencia de los pueblos decididos a revertir condiciones desiguales e indignas de vida por sistemas sociales y económicos más generosos y ajustados a la satisfacción de las necesidades básicas en salarios, pensiones dignas, educación pública gratuita en todos los niveles, vivienda de superficie construida que acoja a una familia de cuatro integrantes, salud pública asegurada para toda la población, cultura y recreación. ¿Es acaso exagerado exigirlo?…
Desde el 18 de octubre se produce un estallido social que conmociona a la hasta ayer bucólica sociedad chilena produciéndose, lo que los estudiosos del tema nominan, diversos tipos de violencia. Cincuenta años atrás, en Medellín, Colombia, los obispos latinoamericanos se refirieron al peligro social que llamaron “violencia institucionalizada”, castigadora y cercenadora de derechos sociales vitales de la mayoría de los pueblos de América Latina, violencia encriptada como injusticias consagradas en las leyes y que son el caldo de cultivo de reacciones de la violencia directa. Además, el sociólogo Johan Galtung, autor de “La violencia. Cultural, estructural y directa”, en Cuadernos de Estrategia, España, 2016, ha hecho investigación sobre los conflictos sociales, la violencia y la construcción de paz. Del mismo modo que los Obispos de Medellín, Galtung distingue la violencia directa (acciones de fuerza física en contra de personas y del patrimonio y con un autor identificable ), de la violencia estructural (hechos estabilizados e institucionalizados en cuya comisión no es fácil identificar con precisión a un autor), y agrega la violencia cultural como aquellos dispositivos que tienden a legitimar otras formas de violencia (medios de comunicación, ideologías, religiones,etc. Y en sentido genérico señala que la violencia “puede ser vista como una privación de los derechos humanos fundamentales, en términos más genéricos hacia la vida, la búsqueda de la felicidad y prosperidad, pero también lo es una disminución del nivel real de satisfacción de las necesidades básicas, por debajo de lo que es potencialmente posible”.
Ejemplificando este fenómeno social, las luchas por la igualdad de género han dado lugar a cada una de estas clases de violencia: la violencia directa que termina en femicidio; la violencia estructural que se expresa en brechas salariales carentes de justificación ante igual trabajo; la violencia cultural que reproduce estereotipos sexistas. Y así en otros campos de la vida social. En cada uno de los enfrentamientos que se reproducen cada día en lugares neurálgicos de las ciudades, se verifican violencias directas y violencias estructurales. Una de las debilidades de muchos de quienes impugnan la violencia directa es que no advierten ni impugnan la violencia estructural que muchas veces es el origen de aquella otra y que a la base de este estallido social está en las relaciones estructuralmente abusivas de unos respecto de otros. El otro, deja de ser un semejante.
¿Qué cabe entonces? …Quizás convertir esta crisis en un momento positivo en la construcción de una comunidad nacional, ello sobre la base de lo que los estudiosos de la paz distinguen como paz negativa (ausencia de violencia directa “la paz de los cementerios”) , y paz positiva, esto es, realización de condiciones justas de vida y respeto de los derechos humanos, descongestionando así el camino abrupto del enfrentamiento crudo y violento que nadie, ningún hombre y mujer de buena voluntad, puede tolerar ni aceptar. La paz positiva nos pone en camino hacia un estado de paz estructural, a lo mejor nunca alcanzable del todo pero que funciona como brújula regulativa de buena orientación social.