Por: Hno. Ángel Gutiérrez Gonzalo
Hoy en día se habla mucho de la globalización, cada vez son más los que descubren que la globalización es un fenómeno que está generando unos efectos deshumanizadores muy importantes, sobre todo en Africa, donde según analistas especializados si las tendencias no cambian, en pocos años más los dos tercios del continente estarán sumidos en una profunda miseria.
Lamentablemente lo que se está globalizando es la desigualdad social, porque los pobres son cada vez más pobres y numerosos.
Lo que está pasando con la globalización económica es que, al prescindir de los valores éticos, está destruyendo todo lo que puede acercarnos a una verdadera solidaridad social. Lo grave es que todo se globaliza o se quiere globalizar continúa creando nuevos monopolios, nuevos privilegios mercantiles, pero no hace práticamente nada para buscar soluciones a los problemas humanos y sociales que genera.
Últimamente he leído varios artículos sobre el tema y todos hablan de los milagros de la globalización pero apenas dicen nada sobre los infiernos sociales que genera.
Urge que los actores de la globalización entablen un diálogo que incluya los problemas sociales y económicos, y permita pasar de una globalización de los mercados y las informaciones a una globalización de la solidaridad, como la pidió San Juan Pablo II, que invitó a “crear una nueva cultura de la solidaridad y la cooperación internacionales asumiendo todos su responsabilidad, para llegar a un modelo de economía que esté al servicio de cada persona”.
Ante la gravedad de la situación, todos estamos invitados a hacer un profundo discernimiento de la globalización; es cierto que tiene elementos positivos que deben ser reconocidos y promovidos, pero no podemos conformarnos con el modelo de sociedad que está creando, basada en la exclusión y el rechazo, sino que tenemos que escuchar el grito de los pobres, de sectores marginados y zonas geográficas como África que corren el riesgo de no contar en la sociedad del mañana.
La solidaridad es una voz que puede ayudarnos a examinar nuestras conciencias y darnos fuerzas y capacidad para cambiar el mundo, pasando de una sociedad global consumista a una sociedad global solidaria, porque de igual manera que hemos participado en la creación de esta sociedad injusta, educando a nuestros hijos en el despilfarro y el derroche, podemos entrar en una dinámica de austeridad, de sobriedad, de guerra al derroche, para que surjan personas serviciales que no aspiren a tener más, sino a ser mejores, que aspiren a desarrollar su capacidad de servicio a los demás de una manera solidaria.
Un cambio de esa magnitud y calidad, nos hará pasar de una sociedad de bienestar a una sociedad fraterna fundada en las exigencias irrenunciables de la justicia y la solidaridad.
En este mes de septiembre experimentemos que:
“hay más alegría en dar que en recibir”.