I Por: José Ramón Toro Poblete, Profesor Liceo Max Salas
Hace diez años atrás, en Roma, fue canonizado San Alberto Hurtado. El tiempo pasa raudo.
Muchos han sido los acontecimientos que nos han hecho olvidar ese momento que tuvo a una gran mayoría de chilenos pendientes y gozosos. Era un tema de todos los días.
La sonrisa de San Alberto Hurtado se desplegó en una gigantografía en el vaticano. Sonrisa que nos hacía sentir orgullosos que un chileno estuviese allí.
Es verdad, San Alberto Hurtado fue un hombre especial, tozudo, perseverante, sencillo, convincente y convencido de lo que hacía. Valiente porque al escribir un libro ¿Chile, es un país católico?, hizo temblar a la jerarquía conservadora de la Iglesia. Valiente porque dijo lo que pasaba, desnudó la debilidad del catolicismo de aquella época pero, ¡pero!, no se quedó en las palabras, sino que se dedicó a sus patroncitos, todo su amor, toda su inteligencia y doctorados, los volcó en sus patroncitos permitiéndoles sentirse amados, considerados y dignos.
Al estudiar la historia de esa época en nuestro país y, conocerla, cualquier lector no podrá quedar indiferente ante su obra que abarcó dos planos: el intelectual y el de la caridad conocida por nosotros como el Hogar de Cristo.
Hoy, la sociedad, con sus desafíos, sus cambios vertiginosos pareciera ha borrado de nuestros rostros la sonrisa. La tecnología portada en nuestras manos y bolsillos (celular) nos aparta de la piel de nuestros semejantes con el Twitter, el WathsApp, el Messenger, facebook, vivimos con personas virtuales. Tenemos amigos que, a la distancia saludamos o simplemente con un clik, eliminamos de nuestro círculo virtual de amigos.
La sonrisa fue borrada de nuestros rostros para dar paso al ceño fruncido.
¡Molesto, Señor, Molesto!, pareciera es el dicho de nuestra sociedad.
Las sobremesas familiares (si es que aún se dan), son silenciosas y con ceño fruncido. Cada integrante del grupo familiar está con su celular “conversando” con un amigo virtual. El que está al lado, pareciera, no existe. Y, éste, para no “sentirse solo”, también se refugia en la nube y “conversa” con un amigo que no ve, teniendo a un ser querido a su lado.
El Contento, Señor, Contento nació como producto de un Encuentro entre San Alberto y su Amado y, entre San Alberto y sus Patroncitos. Producto de una cercanía e intimidad. La sonrisa de San Alberto fue producto de una mirada, de un diálogo no de un “teclear o digitar” o de un mensaje escrito.
¡Molesto, Señor, Molesto!, de los paros, de las protestas, de los políticos, de los tacos, del IPC, de los cobros y abusos de los dueños de las Isapres, de las jubilaciones paupérrimas, de las injusticias, de las calles en mal estado de mi ciudad. ¡Molesto, Señor, Molesto!
¡Molesto, Señor, Molesto!, porque la internet de mi celular está lenta.
¡Molesto, Señor, Molesto!, porque no responden mi llamada y me envían a un buzón de voz.
No olvide, como enseñaba San Alberto Hurtado:
¡La sonrisa es gratis y no cuesta nada!
¿A quién regalará una sonrisa hoy?. Hermosee su saludo, con una sonrisa.
¡Contento, Señor, Contento!
Por último, recuerde la canción del Jápening con Já: “lo más importante, en la vida es, sonreír al mundo con optimismo y fe”,….
¡Contento, Señor, Contento!
Que sea feliz