Crónicas de los tiempos: Dile a Laura que la espero

Crónicas de los tiempos: Dile a Laura que la espero

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Por Hugo Rodríguez Bernal

En los años 1900 y 1901 nacieron en Chile varios ilustres personajes y algunos no tanto, que en sus respectivos ámbitos de trabajo destacaron mucho y aun se les recuerda con mucho afecto, Juanita Fernández en Santiago, Alberto Hurtado en Viña del Mar y Laura Rodig en Los Andes. Claro las dimensiones son diferentes y sus creaciones también, pero las circunstancias hicieron que fueran personas muy destacadas.

El caso de Laura Rodig posiblemente la escultora más destacada de Chile, tiene algo de silencio y tranquilidad, no buscó la fama, su calidad artística, sus méritos y valores personales la encumbraron a alturas inimaginables y su calidad como persona la llevó a una amistad casual y profunda con la profesora Lucila Godoy, la gran Gabriela Mistral, cuando esta vivió en Los Andes y tuvo amistad con don Pedro Aguirre Cerda, así las cosas se fue creando una relación amistosa profunda.

Laura es escultora, pintora, pero especialmente educadora, profesora de Artes Plásticas o como se decía entonces profesora de Dibujo. Cuando los padres de Laura Rodig mueren, Gabriela la aconseja y dirige desde su cargo de directora del antiguo Liceo de Niñas de Los Andes, el que funcionaba en calle Esmeralda entre Membrillar y Maipú.

Sus estudios profesionales se efectúan en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile en Santiago, otro amigo de juventud Felipe Íñiguez la aconsejó de estudiar en esa facultad, al conocer sus talentos como artista plástica, al ver sus dibujos y pequeñas esculturas hechas hasta entonces. Era muy extraño que una mujer se dedicara a esas actividades, con tanto fervor y tanta dedicación.

Laura acompañó a Gabriela en su traslado a Punta Arenas, como profesora, pero en el plano escultórico no le fue bien, muy difícil trabajar en esos climas, como educadora es distinto, sembró la semilla por el buen gusto artístico en sus alumnas.

Según comenta la Gran Gabriela, “lleva en sí el anhelo de la delicadeza y el de la fuerza a la vez, cosas sólo en apariencia contradictorias; una delicadeza suave y firme y un vigor sin exageraciones grotescas, el vigor tranquilo de los antiguos. Yo he visto esta juventud arder en la llama de la belleza, como arden otras en la llama del mundo, vivir en ella como en el aire y en la luz, hacerla un éxtasis de los días. Yo he sentido, viéndola modelar el barro humilde con el que se hace la frente del héroe o los labios del dolor en un rostro, la santidad del polvo del camino…

Tiene Laura Rodig el sentido de esta divinidad del Arte, que lo será hasta después que los hombres hayan roto impíamente su último Dios; siente que él es una forma de la religión, que hasta puede ser por sí solo una religión purificadora, capaz de depurar el corazón, fibra a fibra. Modesta, lo es por fuerza de su talento y de su juventud. Sabe que nadie hace la obra definitiva a los veinte años y se prepara, sin fiebre, para esa obra de arte en que ha de dejar el molde eterno de su alma”

Entre 1922 y 1924 viajó con Gabriela a México, invitadas por el gobierno de ese país. Allí Laura tuvo la oportunidad de conocer de cerca el movimiento muralista azteca y sus cultores Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros.

Se interesó además por el arte de raíces indigenistas, el cual influiría en su trabajo posterior. Un ejemplo de ello es la obra «India mejicana» la cual le otorgó reconocimiento a nivel internacional en Madrid, ingresando a la colección del Museo de Arte Moderno de Madrid, hoy conocido como Reina Sofía, junto a obras de Picasso, Salvador Dalí y otros.

Un grupo de jóvenes estudiantes de Artes Plásticas formó algo así como la “Generación de 1928” que fueron becados a Europa a ampliar sus conocimientos, estudió artes aplicadas, pintura decorativa y grabado en la academia André Lothe de París. También tuvo estudios en Italia y España. De regreso en Chile, trabajó en los Liceos de Temuco y en el Liceo Número 6 de Niñas de Santiago, siempre junto a Gabriela Mistral.

Tiempo después se desempeñó como profesora de Artes Plásticas y educadora y luego Orientadora del Museo Nacional de Bellas Artes donde organizó la primera exposición de arte infantil en el año 1937, preparando el material para visitas de escolares al Museo. Con esporádicas visitas a su ciudad natal Laura era conocida en Los Andes por su origen, más que por su arte o por la importancia que poco a poco fue adquiriendo a nivel nacional e internacional

Laura fallece en Santiago en 1972, luego de recibir numerosas distinciones y galardones en su extensa carrera.

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