Por Hugo Rodríguez Bernal
En la vida de las naciones es muy importante recordar cada cierto tiempo, los sucesos que en el pasado dieron forma, modelaron, lo que después sería un país. Si al principio de los tiempos, después de la independencia Hispanoamericana, no estaba muy claro lo que era ser chileno, peruano, argentino o colombiano. Todos eran súbditos del Rey de España y así había sido por trescientos años, si ya hablábamos castellano en la mayor parte del continente y seguíamos las leyes y las costumbres de España.
Tuvimos que enfrentar la Guerra del Pacífico en 1879 algo no buscado, pero que sin querer marcó una diferencia importante. La última de las campañas de esta Guerra, la de la Sierra peruana, culmina con la batalla de La Concepción los días nueve y diez de Julio de 1882.
Ahí se estableció un grupo de 77 soldados pertenecientes al regimiento Chacabuco, al mando del Capitán Ignacio Carrera Pinto, quienes resistieron el ataque de 400 soldados a los que se sumaba un gran número de indígenas. La batalla se extendió por dos días, donde los chilenos, todos jóvenes adolescentes, resistieron sin aceptar rendición. Es por ello que a raíz de este gesto se celebra el día de la Bandera.
Esto ocurrió en La Concepción, junto al río Jauja, donde se encontraba la pequeña guarnición chilena, compuesta por cuatro oficiales y setenta y tres soldados. Allí fue atacada por una división completa del ejército de Cáceres.
El coronel peruano Cáceres, entre otros, había organizado un verdadero ejército con base en Ayacucho, que llegó a contar con 3.000 hombres que tenía a su favor el conocer los difíciles terrenos y el apoyo de las comunidades indígenas.
El constante hostigamiento a que se vieron sometidas las pequeñas y dispersas guarniciones chilenas obligó a los peruanos a emprender repetidas campañas de hostigamiento. Entre éstas, se encuentra la Batalla de La Concepción.
Los 77 soldados chilenos se enfrentaron a una fuerza de varios miles de indios y guerrilleros al mando del coronel peruano Juan Gastó. La batalla duró dos días. Los chilenos resistieron lo más posible, pero todos murieron en el combate, incluso el jefe teniente Ignacio Carrera Pinto, pariente cercano del presidente Anibal Pinto y nieto de José Miguel Carrera y que nunca supo que había sido ascendido a Capitán. Con el grito de “los chilenos no se rinden” cayó el último, el subteniente Luis Cruz Martínez, tenía dieciocho años. También mueren los jóvenes oficiales Julio Montt Salamanca y Arturo Pérez Canto. Pero así es la Guerra, para bien o para mal. Casi siempre es para mal. Resultan dañados inocentes que no tienen nada que ver con el conflicto. Había sido muy difícil y penosa la estadía de los chilenos en la Sierra peruana excepto en un poblado llamado Jauja, también ahí en la Sierra.
Cuenta el oficial chileno, José Miguel Varela en sus escritos de la época, lo bueno y hermoso de estar en Jauja, ahí en la sierra peruana: “Jauja fue la primera ciudad que fundó el conquistador Francisco Pizarro en Perú. Estaba situada a un poco más de tres mil metros de altura y según se decía el clima tenía extraordinarias cualidades curativas para los tísicos, lo que sumado a la tranquilidad del pueblo, a la belleza de sus paisajes, al clima frío y seco, y la abundancia de ganado y de cultivos, la hacían aparecer como lugar ideal. De allí viene el dicho Estar en Jauja, refiriéndose a una vida fácil y cómoda y que fue traído a Chile por los soldados al término de la guerra.”
La Plaza Mayor de Jauja, es pequeña pero muy bonita, se destaca su iglesia que según señala la tradición, fue el primer templo católico que se construyó en todo Perú. Además de la iglesia, la plaza estaba rodeada por dignas y muy bien mantenidas casonas de dos pisos con techos de tejas, con estucos pintados de colores fuertes y los breteles de ventanas y puertas hechos de piedra de cantera. Para el lado que se mirara por sobre las torres de la iglesia o los tejados de las casas, se veían las montañas que rodean a Jauja.
Las situaciones difíciles y el poco nivel de entendimiento condujeron a esta guerra no deseada y de consecuencias ya conocidas por todos. Pero queda el recuerdo de quienes dieron su vida en tan difíciles circunstancias y lo bueno que sería poder vivir en Jauja. Siempre he pensado que Jauja tiene un cierto parecido con Putaendo, por varias razones, empezando por el clima, la iglesia y las calles estrechas y de colores fuertes. Hasta la Próxima semana.