Por José Alberto López Álvarez, profesor de Castellano y Filosofía-Magíster
“¿Qué es la verdad? Pregunta difícil, pero la he resuelto en lo que a mí concierne diciendo que es lo que te dice tu voz interior”. Esta cita del político, pacifista y pensador indio Mahatma Gandhi (1869-1948) incluye el irrefutable principio que la verdad es totalmente interior y como tal no hay que buscarla fuera de nosotros ni menos querer imponerla luchando con violencia con supuestos enemigos externos. He aquí el error vertebral de ciertas luchas revolucionarias y/o dictaduras que teniendo en muchos casos el estigma del personalismo, dicen ofrecer al pueblo “la verdad”, anexando muchas veces el complemento “de la justicia”.
¿Qué es la verdad? Tamaña pregunta con tantas aristas. La verdad, dice el hombre intelectual, es la mayor suma de nociones exactas del mayor número posible de cosas. La verdad, dice el materialista, es que las cosas son, fuera de toda intervención o acomodo de nuestra inteligencia. La verdad, dice el científico, es la conformidad de nuestras fórmulas, sistemas y medidas con las leyes de la naturaleza tal como la experiencia nos lo enseña. La verdad, dice el místico, es la percepción de la trascendencia y ésta, no se puede decir. La verdad, dice el teísta, es Dios y Dios es lo no transmitible ni por la mente ni por la palabra. La verdad, dice el poeta, es la percepción de la belleza y ésta sólo pertenece al corazón. La verdad, dice el escéptico, es que nadie sabe la verdad. Y así, casi ad infinítum.
¿Cómo se puede, pues, llegar a la verdad de la verdad? Tal vez la respuesta esté en la cita de Gandhi que encabeza este escrito: “es lo que te dice tu voz interior”. Ésta, sin embargo, en la gran masa de la humanidad, está asfixiada por el hombre externo, su ego y condicionamiento socio-cultural. Sólo unos pocos han logrado la desprogramación suficiente para ser hombres libres y tener la verdad prístina. No han logrado sobrevivir porque el hombre, el maestro de la verdad, molesta el devenir de quienes gobiernan a las grandes muchedumbres. Sólo un ejemplo: Sócrates (470-399 a. de C), una de las figuras más extraordinaria y decisivas de toda la historia, defendió la verdad de su interior. Ni aún sus preclaros jueces, con todo el sofismo y artimañas intelectuales, lograron derribar la profunda y simple verdad de su doctrina. Basta leer la Apología de Sócrates (escrita por su discípulo Platón) para darse cuenta que la verdad nacida desde la interioridad es irrebatible, imposible de aniquilar. Y quien la posee constituye un peligro para los transitorios regímenes socio políticos impuestos y no se le puede perdonar. Y por la verdad, Sócrates bebió la amarga dulzura que lo hizo finalmente libre, porque la verdad libera.