Por: Prof. José Alberto López Álvarez
Sí, estamos en una crisis social, crisis que estalló aquí y ahora, pero que como lava volcánica, se incubó desde muchos años traspasando gobiernos hasta erupcionar un 18 de octubre del año 2019, en plena primavera. Y es que el arcoíris de “Chile, la alegría ya viene” se fue destiñendo y los colores de la esperanza se desvanecieron en el paisaje nacional. Por décadas a la élite política le preocupó más fabricar un espejismo para el exterior muy lejos de la realidad y ahora ese paraíso cae a pedazos; incluso a esta angosta y larga geografía se le transformó en una postal que ha sido imán para inmigrantes para alcanzar el “sueño chileno”. Pero tal sueño no existe. Es sólo eso: una postal.
Entre otros destrozos de este espejismo, de este país de la OCDE, con una economía en ascenso en Latinoamérica, está la pensión de los adultos mayores. Ni siquiera pienso en ella porque a pesar de mis arquetipos poéticos, soy realista. Como están las cosas, no hay futuro en Chile para los viejos. Por esta razón la tasa de suicidios más alta se encuentra en el rango de los adultos mayores. Con un promedio de 256 mil pesos mensuales (en el mejor de los casos) no se vive, sino se muere lentamente. Ni que hablar del resto, los jóvenes profesionales y los adultos trabajadores, que viven con sueldos míseros del tercer mundo con un costo de vida europeo. Por eso bastaron solo 30 pesos en el alza, una nueva alza del metro de Santiago, para trizar y romper el hechizo del edén chileno. Y como lo manifestaba el protagonista de Avatar “en algún momento hay que despertar”, Chile despertó, y lo hizo con un descontento organizado, con rabia, con explosión también contra el modelo político y económico imperante. Y es un estallido intergeneracional e intersocial, donde todos tienen cabida, menos los partidos políticos, ni de derecha ni izquierda, ni de los otros matices.
Mas, desde mi perspectiva como docente, no se trata sólo de una crisis social sólo de reivindicaciones económicas. Hay un problema más de fondo, yo diría esencial, del cual habrá que conversar en los próximos meses y años. Y este problema apunta a una crisis de la interioridad de la sociedad chilena. Hay stress en todas las clases sociales, hay una búsqueda de un verdadero sentido de la existencia, invade el sentido profundo de abrir el corazón y extirpar de él añejas y quizás dolorosas vivencias. Se necesitan también cabildos de sinceramientos del mundo interior donde colectivamente se analicen interrogantes como: ¿con qué tipo de valores estamos viviendo? ¿Somos una sociedad reflexiva? ¿Nos dejamos seducir por lo fácil y momentáneo? ¿Hemos aprendido de nuestros grandes desaciertos y dolores históricos? ¿Qué tipo de sociedad queremos? ¿Nos hacemos responsables de nuestros deberes o sólo reclamamos derechos? ¿Está entregando el sistema educativo una formación valórica y trascendental? ¿Cómo lograr el equilibrio entre lo cuantitativo y cualitativo en nuestras aulas en un contexto de respeto por el sentir del otro y hacerlo sin etiquetas a priori?
Desde mis cavilaciones considero que estamos en un camino que se bifurca: o somos más reflexivos, escuchamos a nuestro corazón, a nuestra interioridad o nos deterioraremos como sociedad hasta llegar a los abismos más degradantes de convivencia social y, por ende, de la aniquilación. Y en este dantesco escenario, ningún tipo de Constitución nos ayudaría. La decisión es mía, suya, de todos nosotros.