Por: José Alberto López Álvarez, profesor de Castellano y Filosofía-Magíster
Nuestro modelo antropológico con sus dimensiones políticas, sociales, culturales, nos confirma que somos básicamente egoístas, que nuestro objetivo esencial es la satisfacción personal y el de nuestro pequeño entorno (familia, amigos que sirvan a nuestras aspiraciones). Desde esta realidad innegable nos mueven acciones determinadas: el predominio sobre los demás, la imagen de líder con aureola de redentor de sistemas opresores, el dinero como símbolo de prestigio y poder; desde esta fatídica concepción somos esencialmente depredadores los unos de los otros y en base a estos estoques organizamos nuestras prioridades y objetivos de la vida. Los modelos económicos vigentes, las relaciones políticas internacionales, las relaciones humanas en general (salvo honrosas excepciones) sirven y suscitan esta misión y visión narcisista del hombre contemporáneo. Así, por ejemplo, el sistema de educación imperante, llámese tradicional o “innovador” se dirige a la gestación de personas exitosas desde este modelo antropológico; y es así como se sacrifica la infancia, la pubertad, la adolescencia, la juventud, la madurez, para llegar a tener un día una posición social, económica y profesional de prestigio a toda costa, incluso a costa de la felicidad propia y ajena, de la sonrisa, de dedicar una tarde a un contacto interno o de un pasear por el simple placer de hacerlo sin sentir la culpa pregonada por los hombres prácticos de que “se ha perdido el tiempo”.
Sí, nos hemos convertido en entidades meramente productivas, en vasallos de dictaduras democráticas en donde las necesidades de cuerpo realmente sano y vital, de emociones y sentimientos elevados, de pensar creativo, simplemente no encajan. ¿Producto de todo esto? Lo podemos ver en el ejecutivo “exitoso”, que entra en depresión o en un agotamiento que no le permite seguir con el ritmo acostumbrado a no ser que colapse. Y cuando esto se produce es cuando posiblemente (si es lo suficientemente sincero consigo mismo), deduce que necesita una nueva conciencia, un nuevo paradigma de vida. Entonces se da cuenta de su insatisfacción, de su infelicidad, de su automatismo y logra la conciencia de ese “algo más” que no ha sido considerado, de esa otra entidad que es su más recóndito ser, que se siente asfixiado por un estilo de vida que le han impuesto y que en la sinceridad de aquella verdad interna, le molesta.
Necesitamos una nueva conciencia que le dé sentido a esta desesperanza tan patente en las sociedades humanas contemporáneas; no es ya necesaria, sino imprescindible una vida centrada en otros valores, en otro sistema de vida más ajustado a nuestras íntimas y humanas necesidades. En este paradigma ya no son posibles revoluciones armadas con vencedores y vencidos, tiranías democráticas, dictaduras económicas. Tendremos que lograrlo y en lo personal, espero que no sea como corolario de una crisis económica macro o ecológica planetaria; hay que llegar al equilibrio de los opuestos y es aquí donde palabras como silencio, profundidad, sencillez, afecto, filantropía, autonomía de pensamiento, ritmo, belleza, sabiduría ancestral, magia, poesía, deben enraizarse y florecer, cuán flor de cactus en la piedra.