Por: José Alberto López Álvarez, profesor de Castellano -Mg.- en Educación
Que las creencias religiosas llevan muchas veces más al odio que al respeto, más al dogmatismo que a la fraternidad y al amor, ha quedado comprobado en muchos hechos de la historia, todos lamentables, al menos para los pensadores que en la civilización humana han sido…¡poquísimos! Uno de estos hechos de intolerancia religiosa fue lo sucedido con Hipatia, sin duda una estrella en el oscuro sentir de la historia humana. Nació en Alejandría, Egipto, en el año 370 de nuestra era; de su madre no se tiene ningún registro pero se sabe que su padre, a quien ella adoraba, fue Teón de Alejandría, ilustre filósofo y matemático de esa época y que fue el maestro de Hipatia desde que ella fuera pequeña. Teón quiso que Hipatia fuera, dicho en sus propias palabras, “un ser humano perfecto” y por ello vigiló muy de cerca su educación en aquel ideal de la trilogía griega: cuerpo, mente y espíritu. Cuentan los biógrafos de Hipatia que desde muy temprano en la mañana ella dedicaba varias horas al ejercicio físico, después tomaba baños que la relajaban y le permitían concentrar la mente para dedicarse el resto del día al estudio de las ciencias, la música y la filosofía. Al parecer este riguroso entrenamiento consiguió el objetivo de Teón pues a decir de Sócrates Escolástico, historiador de Hipatia, 120 años después de su muerte, “ella era la encarnación de la belleza, la inteligencia y un talento que se hicieron legendarios, superando a su padre en todos los campos del saber, especialmente en la observación de los astros”.
Hipatia se dedicó durante veinte años a investigar y enseñar Matemáticas, Geometría, Astronomía, Lógica, Filosofía y Mecánica en el Museo de Alejandría. Ocupaba la cátedra de Filosofía Platónica por lo que sus amigos y compañeros la llamaban la filósofa. Ganó tal reputación que al Museo asistían estudiantes de Europa, Asia y África a escuchar sus enseñanzas sobre la Aritmética de Diofanto y su casa se convirtió en un gran centro intelectual. Citando nuevamente a Sócrates Escolástico “consiguió un grado tal de cultura que superó con mucho a todos los filósofos contemporáneos. Heredera de la escuela neoplatónica de Plotinio, explicaba todas las ciencias filosóficas a quien lo deseara. Con este motivo, quien deseaba pensar filosóficamente iba desde cualquier lugar hasta donde ella se encontraba.”
Como tantas veces en la historia, las convulsiones civiles, productos de la atrofia cerebral humana, acabaron con toda una civilización y con Hipatia. Los cristianos quemaron y destruyeron todos los templos y centros griegos, persiguieron a todos los académicos del Museo obligándolos a convertirse al cristianismo si no querían morir. Hipatia se negó; se negó a convertirse al cristianismo, se negó a renunciar al conocimiento griego, a la filosofía y a la ciencia que por más de veinte años había aprendido y enseñado con todo su corazón. En la cuaresma de marzo del 415, acusada de conspirar contra el patriarca cristiano de Alejandría, fue asesinada. Un grupo de cristianos enardecidos la encontraron en el centro de Alejandría y, dejando hablar a Sócrates Escolástico “la arrancaron de su carruaje, la dejaron totalmente desnuda, la arrastraron por la ciudad, le tasajearon la piel y las carnes con caracoles afilados, hasta que el aliento dejó su cuerpo. Luego quemaron sus restos…”
Demasiada belleza física, demasiada virtud, demasiado intelecto, demasiada diferencia para una turba inconsciente que no obstante estar al alero de una doctrina sublime, “hicieron a otros lo que no les hubiese gustado que hicieran con ellos.”¡Qué tamaña e inaceptable inconsecuencia!
Usted, ¿qué opina?