DE FILÓSOFOS Y POETAS OTOÑANDO…

DE FILÓSOFOS Y POETAS OTOÑANDO…

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Por: José Alberto López Álvarez, profesor de Castellano y Filosofía-Magíster

Es del todo necesario a veces, en el fluir de la vida, detenerse unos segundos en una mirada retrospectiva para caminar con más seguridad el tramo que nos falta o…simplemente para reflexionar sobre dolores ajenos, aunque los ojos se llenen de agua. Antes de que el futuro se congele (según palabras de Mario Benedetti), ahora que siento emigración de pájaros en mi alma, ahora que el otoño ya sigiloso apaga grillos y cigarras, camino por la incipiente hojarasca otoñal pensando, como lo dijo Antonio Machado, en “Historias que tienen casi blanco mis cabellos” (“Melancolía”).

Pienso, con el arrastrar de hojas, en la imagen de Aylan Kurdi, el niño de 3 años encontrado ahogado en una playa de Turquía el año pasado tras el sueño familiar de tener un hogar y paz; no sé por qué pero su cuerpecito volteado en la arena, cuán gatito ahogado, golpea mi corazón; pienso en los atentado de París, Bruselas, Túnez, Somalía, en el sufrimiento de los refugiados, en la situación de la angustiante Siria, en todas las víctimas del terror político y también económico.

En el mundo de la poesía el otoño representa la leve melancolía, el paisaje ya en sombra, el pasado irrecuperable, la reminiscencia, la desintegración de la luz, la quietud; Neruda lo manifestó bellamente al clamar “Te recuerdo como eras en el último otoño./ Eras la boina gris y el corazón en calma”. Sí, con paso cansino me deslizo en esta calma otoñal y una hoja amarillenta desprendida de no sé qué árbol se posa en mis cabellos; contemplo la perspectiva de la Avenida Argentina de Los Andes, tierra privilegiada donde un día se escribieron Los Sonetos de la Muerte. Y pienso en Chile, en el próximo invierno, en ese anciano con el agua hasta las rodillas, asido a un muro también inundado, mirando al frente su casa también inundada, cuidando que nadie le robe lo valioso que tiene, aquel piso de madera, la mesa que oficia de comedor, esos platos que conserva hace décadas y tal vez esa añeja foto de amor también humedecida y náufraga. Y pienso en lo retumbante de la ayuda gubernamental en la televisión mientras sea noticia y luego, la espera de una verdadera ayuda, después tal vez el olvido…

Sin más continúo mi caminar y pienso en mi propia lánguida otoñada ciudadana. Caen también mis hojas de ilusiones porque voté por mi patria, voté por la democracia, voté por aquellos que me aseguraron seguridad, paz, justicia, nunca más prepotencias. A cambio de eso, hoy son las hojas de la discordia, el miedo, la falsedad, la colusión, el ansia del ego sum las que otoñalizan aún más mi país y mi existencia. Pienso entonces en mis convicciones internas, pienso que todo es transitorio y que afortunadamente ninguna raza perdura en la tierra por muchos milenios.

Y vuelvo entonces a los filósofos y poetas, a aquel mundo de arquetipos sin límites, al refugio metafórico, al sueño del amor. Las bellas letras y el pensar endulzan el alargue otoñal, poetizan el deshojamiento de la rosa, recuerdan, como lo dijo Albert Camus, que “el otoño es una segunda primavera en la que cada hoja es una flor que cae para volver a renacer”.

Bajo el cielo teñido de gris ceniza respiro hondo la brisa crepuscular del mes de abril y apresuro un poco mis pasos. Es hora de retornar a casa donde con seguridad me esperan.

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