Por: Hno. Ángel Gutiérrez Gonzalo
“Saber escuchar paciente e inteligentemente es un arte e implica un gesto de gran sabiduría.”
Si queremos ser sinceros y realistas, los adultos tenemos que confesar que no nos resulta fácil hablar de los jóvenes y menos todavía, hablar a los jóvenes. Tenemos relación con ellos, pero no podemos vivir día a día en nuestra propia carne sus problemas, inquietudes e interrogantes.
Sus preguntas y planteamientos nos resultan, con frecuencia, desconcertantes. Sus críticas nos inquietan. Sentimos la tentación de juzgar sus actitudes y enjuiciar su conducta antes de haber escuchado atentamente sus interpelaciones. Es el riesgo que corremos los adultos cuando nos acercamos al mundo complejo y apasionante de la juventud.
Y, sin embargo, creemos con sinceridad que su voz debe escucharse. La juventud es el sector en el que mejor y más dramáticamente se reflejan las profundas mutaciones, crisis y contradicciones que vive nuestra sociedad contemporánea.
Los jóvenes, con su radical postura inconformista, nos señalan los puntos podridos del mundo industrializado que ha conseguido la opulencia, pero no ha logrado llenar de sentido humano: que ha creado el bienestar, pero se ha olvidado de su justa y solidaria repartición.
Los jóvenes más sensibilizados de nuestra sociead no siempre saben lo que quieren, pero sí saben muy bien lo que no quieren. Rechazar la hipócresía, la doble vida, la incongruencia entre el pensar y el actuar. Los jóvenes, aunque ellos no sean siempre coherentes no aceptan un divorcio farisaico entre el decir y el hacer. El defecto que más aborrecen en los adultos y en sus semejantes es la hipocrecía, y la virtud que más aprecian es la sinceridad.
El fenómeno juvenil es el reto más fuerte para una sociedad y para una iglesia que desee enfrentarse lúcidamente al futuro. Ese futuro no será sin ellos.
Los jóvenes son, sin duda, el potencial más rico en posibilidades, promesas y esperanzas para nuestro porvenir.
Estimados lectores: el futuro de la Iglesia y de la Patria son los jóvenes de hoy. Nuestro deber como adultos, es acogerles, escucharles, acompañarles y prepararles bien para que construyan un mundo más justo y solidario.