I Por Víctor Cortés Zapata
El automóvil se desplazaba a velocidad moderada. Habían salido temprano desde La Serena con destino a San Felipe. El padre de los mellizos, una pareja de cinco años de edad, conducía con el cuidado propio de tales especiales acompañantes. A su arribo, debía sostener una entrevista laboral de cuyo éxito podía significar el traslado a la V Región dentro del mismo Servicio Público al que pertenecía, donde había hecho su ingreso al emplazado en la histórica ciudad de Copiapó, lugar desde donde había iniciado el viaje al anochecer del día anterior.
El retorno de sus padres a Aconcagua, desde la zona sureña donde habían permanecido largos 28 años, estimuló y movilizó su interés por acercarse físicamente al territorio de residencia del tronco parental y muy próximo al de sus hermanos, aunque en Copiapó lo hacía con la compañía atenta y cariñosa de su hermana menor y los suyos. Dicho nostálgico anhelo filial, respondía especialmente a los profundos lazos maternales tejidos en los recordados años de la escolaridad primaria y secundaria, prolongados durante el periodo de formación profesional en Valdivia y luego en Santiago.
Había desarrollado un consciente y apegado sentido de responsabilidad como padre acogedor, comprensivo y de una gran cercanía afectiva hacia sus dos pequeños mellizos, compartiendo, además, tareas hogareñas, lo que le permitía experimentar un sentimiento de plenitud como dueño de casa, a lo que unía un cumplimiento eficiente, responsable y de compañerismo fraterno en su trabajo, siendo, por ello, especialmente apreciado por su calidad humana, sencillez y entusiasmo en la práctica deportiva, entre sus compañeros del Tribunal Oral Penal. Amaba la poesía, y ya había escrito varios poemas de gran estilo creativo. Ello revelaba el haber adquirido rasgos de una gran sensibilidad y de amistad franca hacia los demás.
Desde el automóvil en marcha, se apreciaban ya visiblemente las enormes aspas de los imponentes remolinos agitados por los fuertes vientos de la zona de Canela, estructuras productoras de energía eólica, a cuyos pies se extiende la hermosa costa del mar nortino, adornado primaveralmente por paisajes naturales de pastizales verdes, contrastados por el llamativo amarillo de los yuyos, los emergentes dientes de león y de toda la flora silvestre propia de la zona central, en un abanico de efímeros colores entremezclados con piedras y rocas.
En un punto que el destino fijó, se precipitó el vehículo, derrumbando, así, los sueños del encuentro con sus padres y de la anhelada esperanza de poder revivir esa cercanía filial que parecía estar próximo a conseguir ese mismo día.
Han pasado diez años, llenos de tantos bellos momentos compartidos con todos los que fuimos y llegamos a ser. Tito y Javierito, les amamos. Están vivamente presentes en la Monse. Cada noche contemplamos las que son sus fúlgidas estrellas.