Domingo 03 de Febrero de 2019: IV del Tiempo Ordinario

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Jeremías 1,4-5. 17-19; 1 Corintios 12,31-13,13; Lucas 4, 21-30

Por: El Peregrino

La primera lectura de hoy nos refiere la vocación del profeta Jeremías de Anatot en el s. VII a. C. Era un hombre de descendencia sacerdotal, de los sacerdotes de Anatot o levitas, un pequeño pueblo a unos cinco km. al norte de Jerusalén. Jeremías mismo profetizó contra su pueblo (11,21-23), donde compró un campo, que era todo un signo en la situación por la que pasaba el profeta (Jr 32,7-9). Senaquerib lo había conquistado antes de rodear Jerusalén (Is 10,30).. Hoy el texto del libro nos habla de la vocación (vv.4-5) y de la misión (vv.17-19). Era un muchacho cuando sintió la “llamada” de Dios para ser profeta de los pueblos, de los gentiles. La vocación profética es un desafío, y en el caso del profeta Jeremías se hace más palpable por la situación tan contradictoria que tuvo que vivir existencialmente ante la catástrofe que se veía venir sobre Judá. Aunque al principio pudiera estar de acuerdo con el joven rey Josías para impulsar la reforma necesaria después de más cincuenta años de abandono y opresión por parte de su abuelo Manasés, Jeremías es un hombre que siente en su vida la fuerza de la palabra de Dios por encima de cualquier proyecto político. El mismo Pablo se inspira en estas palabras de profeta para ilustrar su llamada a ser apóstol de los gentiles (Gal 1,15).

La segunda lectura es probablemente una de las páginas más bellas que jamás se hallan escrito en la historia de la humanidad, sobre la experiencia más determinante y decisiva de la vida de todo hombre: amar y ser amado. No podemos olvidar que no se habla del amor bello y hermoso de la amistad (filía), cantado por los griegos y todos los poetas. Es una expresión que el cristianismo ha rescatado como algo propio (ágape, de agapáô) y que se ha plasmado con el término “caridad”, una de las virtudes teologales. Y aunque suena mejor el término “amor” y el verbo “amar” (pues para caridad no existe un verbo directo adecuado), no deberíamos renunciar los cristianos a ese sentido de “caritas”, que está cargado de originalidad. Es el ágape y no solamente la filía, sencillamente porque es un amor sin medida: todo lo perdona y siempre se entrega, aunque no haya respuesta. Por eso, como se lee en la Vulgata “caritas numquam excidit”, el amor no pasa nunca (v.8a). Pablo quiere mostrar el “camino más excelente”, en realidad el “carisma” al que todos deberían aspirar. Ese es el camino, el sendero por el que hay que marcar los criterios de los dones espirituales.

“Esta escritura comienza a cumplirse hoy” (v. 21). Así arranca el texto del evangelio que complementa de una forma práctica el planteamiento que se hacía el domingo pasado sobre la escena-presentación de Jesús en su pueblo, donde se había criado, en Nazaret. Esta escena prototipo de todo lo que Jesús ha venido a hacer presente, apoya que las palabras sobre la gracia, exclusivamente las palabras liberadoras, se convierten en santo y seña de su vida y de su muerte. El “hoy”, el ahora, es muy importante en la teología de evangelio de Lucas. Lo que Jesús interpreta en la sinagoga es que ha llegado el tiempo (cf Mc 1,14) de que las palabras proféticas no se queden solamente “escritura sagrada”. De eso no se vive solamente. Son realidad de que Dios “ya” está salvando por la palabra de gracia. La salvación ha de anunciarse a los pobres, como se ve en la primera parte de esta escena de Nazaret, y ello supone que Jesús, en nombre de Dios, ha venido a condenar todo aquello que suponga exclusión y excomunión en nombre de su Dios. Lucas, pues, sabe que era necesario presentar a Jesús, el profeta de Nazaret, en la opción por un Dios disidente del judaísmo oficial. Eso será lo que le lleve a la muerte como compromiso de toda su vida.

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