Éxodo 24, 3-8; Hebreos 9,11-15; Marcos 14, 12-16. 22-25
Por: El Peregrino
En la primera lectura, Moisés, bajando del monte, comunica la experiencia que había tenido de Dios, de sus palabras, que han de considerarse como palabras de la Alianza que Dios había sellado anteriormente con su pueblo con el Código de la Alianza cuyo corazón es el Decálogo. Entonces, pues, se organiza una liturgia sagrada, un banquete, que quiere significar la ratificación de la Alianza que Dios ha hecho con el que ha sacado de la esclavitud. El misterio de la sangre, de su aspersión, expresa el misterio de comunión de vida entre Dios y su pueblo ya que, según se pensaba, la vida estaba en la sangre. Por ello este texto se considera como prefiguración de la Nueva Alianza que Jesús adelanta en la última cena.
La carta a los Hebreos es uno de los escritos más densos del NT. En este texto se nos exhorta desde la teología sacrificial, que pone de manifiesto que los sacrificios de la Antigua Alianza no pudieron conseguir lo que Jesucristo realiza con el suyo, con la entrega de su propia vida. Y esto lo ha realizado «de una vez por todas» en la cruz, de tal manera que los efectos de la muerte de Jesús, la redención y su amor por los hombres, se hacen presentes en la celebración de este sacramento. El recurrir a las metáforas y al lenguaje de la acción sacrificial puede que resulte hoy poco convincente, fruto de una cultura que no es la nuestra. No obstante, la significación de todo ello nos muestra una novedad, ya que todo se apoya en un sacerdocio especial, el de Melquisedec y en una entrega inigualable.
Es uno de los momentos álgidos de la argumentación de la carta. Está hablando del sacrificio de la propia vida que logra una Alianza eterna. Es esa alianza que prometieron los profetas, porque ellos vieron que los sacrificios rituales habían quedado obsoletos y la alianza antigua se había convertido en una “disposición” ritual. Cristo no viene a instaurar nuevos sacrificios para Dios (no los necesita), sino a revelar que la propia vida entregada a los hombres vale más que todo aquello. Así es posible entenderse a fondo con Dios. Es en la propia vida entregada como se logra la comunión más íntima con lo divino, sin necesidad de sustitutivos de ninguna especie. La muerte de Jesús, su vida entregada a los hombres y no a Dios, es el “testamento” verdadero del que hacemos memoria.
En el ambiente de la última cena, Jesús abre su corazón a los discípulos, y les recuerda aspectos fundamentales sobre su misión mesiánica, tal como lo recogen los evangelios. En este contexto, como si fuera su testamento, aparece la novedad de la eucaristía, cuya transcendencia no se puede desligar de la pasión del Señor anunciada en esa cena pascual. El evangelista Marcos nos da las claves del misterio eucarístico, lo hace de una forma concisa pero a la vez suficiente para comprenderlo. Dice simplemente que Jesús tomó pan, y pronuncio la bendición, lo partió y se lo dio a sus diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo”. Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias y les dice: “Esta es mi sangre de la Alianza, que se derrama por todos”. Y les anuncia que no beberá del fruto de la vid hasta que beba el vino nuevo en el Reino de Dios. En este breve relato está expresado el contenido profundo de la eucaristía, entendida como Sacramento necesario para vivir la fe.
En primer lugar, es una invitación a tomar el cuerpo y la sangre de Cristo como alimento y seguir sus pasos. En el lenguaje bíblico comer su cuerpo y beber su sangre (un lenguaje duro para algunos) es identificarse con la totalidad de la persona que lo dice, con su propio ser, con su espíritu, con sus anhelos y objetivos. En resumen, Jesús está hablando de su vida y muerte que se entrega como alimento, como gracia que redime y perdona. Jesús cuando dice tomad y comed, quiere decir que tomemos la vida en nuestras manos, que recibir la Eucaristía no es algo estático, sino dinámico, que exige lucha para salir del pecado o para superar situaciones difíciles y comprometidas que no encajan en el proyecto cristiano. Es muy importante, entender esto, porque algunos piensan que el comulgar es un premio, una medalla que se da a las personas buenas. La eucaristía es una llamada a la esperanza, que nos recuerda que somos en realidad lo que celebramos, porque ya no somos nuestra propia debilidad, ni nuestros odios, ni nuestros traumas, ni siquiera nuestros mismos pensamientos, ni la suma de nuestros pecados o errores. No, no somos eso. Podemos decir como el apóstol Pablo: Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí.