Domingo 1 de Julio de 2018 XIII del Tiempo Ordinario

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Sabiduría 1,13-15; 2,23-24 ; 2 Corintios 8,7.9.13-15; Marcos 5,21-43
Por: El Peregrino

El libro de la Sabiduría (1,13-15; 2,23-24) nos ofrece hoy una de la reflexiones más hermosas sobre la vida y la muerte. Este es un libro tardío del Antiguo Testamento, escrito en griego, que recoge una gran tradición judía helenista y que ha marcado un hito en la gran cuestión de la existencia humana. Su afirmación de que Dios ha creado al hombre para la inmortalidad viene aminorada por el tópico de que la muerte no depende de Dios, sino de la envidia del diablo. De ahí su afirmación de que la muerte no entra en los planes creadores de Dios.

¿De qué muerte habla aquí el autor del libro? Indiscutiblemente de las dos muertes de nuestra existencia. El considera muerte, también, la vida sin sentido, la que viven los impíos; mientras que la vida vivida con sabiduría es la vida que Dios otorga. Saber morir, pues, es lo mismo que saber vivir según la reflexión del autor de este extraordinario escrito. Pero sigue siendo absolutamente irrenunciable que Dios nos ha creado para la vida y no para la muerte, porque «es un Dios de vivos».

La segunda lectura está entresacada de una especie de billete que Pablo escribió para organizar una colecta para los pobres de Jerusalén, a lo que él se había comprometido en la asamblea apostólica de la ciudad santa, cuando se distribuyeron el campo de trabajo entre los judíos hebreos y los judíos helenistas que habían de trabajar entre los paganos (Cf. Gal 2). Era una forma de mantener la comunión con la comunidad madre desde la que el evangelio debía anunciarse a todos los hombres.

El evangelio de Marcos nos presenta hoy todo un proceso pedagógico de cómo debemos afrontar la vida y la muerte desde la fe. Son dos relatos en uno que el redactor del evangelio o probablemente una tradición anterior había reunido con toda la intencionalidad del mundo, para que el retraso de una cosa extraordinaria que “entretiene” a Jesús, lleve así a otra cosa más extraordinaria aún: la vuelta a la vida de alguien que se consideraba muerta. Estos milagros que se nos relatan requieren su interpretación conjunta y exigen códigos hermenéuticos bien definidos. Jairo le pide a Jesús que ponga la mano a su hija enferma, y en el camino una mujer de la multitud se empeña en poner la mano sobre la orla, con la intención de «arrancar» a Jesús una curación para una enfermedad que le llevaba a la muerte. Como es lógico, esto difiere la llegada de Jesús y se produce la muerte. Todo es intencionado. Pero tanto Jesús, como el evangelista, quieren poner un correctivo a esa forma de acercarse a Jesús, de creer en él, como si fuera un simple curandero, y de enfrentarse a la muerte. Si la enfermedad no se ataja nos morimos… pero curar las enfermedades no soluciona el drama de la vida. La cuestión está en enfrentar la muerte en su verdadera dimensión. Tanto la mujer curada, como la hija de Jairo volverán a morir. No se trata de negar el valor del “milagro”, ni el poder extraordinario de Jesús. Pero, fuera del ámbito de la fe, por los milagros Jesús no pasaría de ser un “mago” más, un taumaturgo más de los de aquella época. Los milagros, los prodigios, pueden ser signo de parte de Dios…

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