Ezequiel 33,7-9 ; Romanos 13,8-10 ; Mateo 18,15-20
Por: El Peregrino
El Evangelio de hoy forma parte de uno de los discursos más significativos del primer evangelio. En este caso nos concentramos con el llamado “discurso eclesiológico” porque se contemplan en él las normas de comportamiento básicas de una comunidad cristiana: perdón, comprensión, solidaridad.
Hoy aparece lo que se ha llamado la corrección fraterna, el tema del perdón de los pecados en el seno de la comunidad y el valor de la oración en común. Nos detendremos en la corrección fraterna es muy importante, porque todos somos pecadores, y tenemos un cierto derecho a nuestra intimidad. Pero se trata de pecados graves que afectan a la comunión, y para ello se debe seguir una práctica, con necesidad de testigos, para que nadie sea expulsado de la comunidad sin una verdadera pedagogía de caridad y de comprensión.
Hay que ofrecer a los que han ofendido a la comunidad, una nueva oportunidad de integrarse solidaria y fraternalmente en ella.
De la misma manera, la oración en común enriquece sobremanera nuestra oración personal. Eso no excluye la necesidad de que tengamos experiencias de perdón y de oración personales, pero hay más sentido cuando todo se integra en la comunidad. La religión enriquece la dimensión social de la persona humana. Vamos más a fondo.
No se trata de andar como inspectores husmeando en la vida de las personas , creyendo que tenemos una autoridad moral más alta que el resto. La corrección debe ser hecha desde la humildad no desde la soberbia.
Son buenas las recomendaciones de Pablo sobre la corrección fraterna: ”Cuando alguno incurra en alguna falta, ustedes, los espirituales , corríjanlo con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado” (Ga. 6,1)
La corrección es cristiana cuando ayuda, cuando echa una mano, cuando hace fácil la rehabilitación.
La primera reacción que solemos tener cuando vemos a alguien que pasa necesidad, material o espiritual, es desentendernos de él: “no me quiero meter en los asuntos de los demás”, o incluso, ante la pregunta acusadora de Dios: “¿Qué has hecho con tu hermano?” lo más probable que diríamos lo mismo que Caín: “¿soy yo acaso el guardián de mi hermano?”
Y lo somos uno de otros. No podemos rehuir esa responsabilidad…No lo olvidemos. Sobre todo ahora que en nuestras ciudades han llegado tantos extranjeros en busca de una mejor calidad de vida.