1 Reyes 19, 9.11-13 ; Romanos 9,1-5 ; Mateo 14, 22-33
Por: El Peregrino
La primera lectura nos habla de la presencia de Dios y cómo podemos darnos cuenta de ella. Elías, el Profeta, tuvo muchos problemas en Israel por anunciar la Palabra de Dios. Él estaba solo en una cueva, Dios le dijo: “pasaré y hablaré contigo”. El Profeta se colocó a la entrada de la cueva para presenciar el paso de Dios y tuvo que discernir cuando realmente pasaba el Señor porque ocurrieron varios fenómenos que lo confundieron. Dios no estuvo en el temblor, en el viento huracanado, ni en el fuego. Por último Dios le dice “cúbrete el rostro”, una brisa leve y suave pasó por delante, y Dios estaba ahí.
Este texto nos invita a reconocer el paso de Dios por nuestras vidas y por la historia.
Así como el texto del Profeta nos habla del discernimiento, de la presencia. El Evangelio nos habla de discernimiento: La Duda. La duda del principal de los Apóstoles tiene mucho que enseñarnos.
Ciertamente por todo lo que nos toca vivir hoy día podemos empatizar con más facilidad el momento cuando Pedro, el hombre en el cual Jesús había confiado, siente que se hunde. Nosotros tenemos muchas veces esa sensación de tener preguntas sin respuestas. La antigua manera como se vivía la religión hoy choca con una pared del sin razon, sin certezas, sin respuestas.
La inseguridad, el temor llega hasta lo más profundo, la misma fe se ve cuestionada. Pero ello es importante porque esas preguntas radicales hacen ahondar e ir al fondo de la fe. Ella forja al creyente.
Es significativo lo que le paso a Pedro cuando comenzó a hundirse en las aguas, cuando sintió el viento y la tormenta. Cuando dudó descubrió la verdadera fe. Cuando tuvo y experimento esa duda fue capaz de preguntarse ¿en quién puedo confiar?, y se volvió al Señor gritando “Señor, sálvame” y se agarró de las manos de Jesús .
En la vida, aunque los contenidos de la fe son muy importantes, hay que saber que lo esencial es la actitud profunda de confianza y entrega a Dios.
Es esencial en la vida que entre todos nos ayudemos a amar al Señor. Cuando las interrogantes aparezcan, porque todos las tenemos, cuando la penas aparecen, cuando las crisis se hagan presentes, cuando la muerte golpee en el último día de mi vida, yo pueda repetir como Pedro “Señor, sálvame” y no me cabe la menor duda que escucharemos que Jesús nos dice: “Tranquilízate, ¡Soy Yo!…..Y estaré para siempre en tu presencia.