Domingo 16 de Diciembre de 2018 III Domingo del Adviento

Domingo 16 de Diciembre de 2018 III Domingo del Adviento

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Sofonías 3,14-18ª; Filipenses 4,4-7; Lucas 3, 2b-3. 10-16

Por: El Peregrino

En la primera lectura del profeta Sofonías, la llamada es tan ardiente y tan profética como en Pablo a su comunidad. Es una llamada a Jerusalén, la ciudad de la paz, la hija de Sión, porque si quiere ser verdaderamente ciudad de Dios y de paz, tiene que caracterizarse frente a las otras ciudades del mundo como ciudad de alegría. ¿Quién rompe hoy el corazón de Jerusalén? ¿La religión, el fanatismo, el fundamentalismo? Ya en su tiempo, el del rey reformador Josías (640-609 a. C.), el profeta debe hablar contra los que en tiempo de Manasés y Amón habían pervertido al “pueblo humilde”. El profeta no solamente es el defensor, la voz de Dios, sino del pueblo sin rostro y que no puede cambiar el rumbo que los poderosos imponen, como ahora. Fue un tiempo prolongado de luchas, de sometimientos religiosos a ídolos extraños y a los señores sin corazón. El profeta reivindica una Sión nueva donde se pueda estar con Dios y no avergonzarse. Y lo que suceda en Jerusalén puede ser en beneficio de todos: ¡como ahora!

No podemos olvidar que ésta debe ser la actitud cristiana, la alegría que se experimenta desde la esperanza, de tal manera que de esa forma nunca se teme al Señor, sino que nos llenamos de alegría, como recomienda San Pablo a su querida comunidad de Filipos. Nuestro encuentro definitivo con el Señor, cuando sea, debe tener como identidad esa alegría. Ya sabemos que la alegría es un signo de la paz verdadera, de un estado de serenidad, de sosiego, de confianza. De ahí que nuestro encuentro con el Señor no puede estar enmarcado en elementos apocalípticos, sino en la serenidad y la confianza de la alegría de encontrarnos con Aquél que nos llama a ser lo que no éramos y a vivir una felicidad que procede de su proyecto liberador. Es decir, encontrarse con el Señor del Adviento debe ser una liberación en todos los órdenes. Por tanto, el hombre, y más el hombre de hoy, debe tomarse en serio la alegría, como se toma en serio a sí mismo. El hombre sin alegría no es humano; y la persona que no es humana, no es persona.

El evangelio es la continuación del mensaje personal del Bautista que ha recogido la tradición sinóptica y se plasma con matices diferentes entre Mateo y Lucas. Se considera tradición particular de Lucas con la que enriquece constantemente su evangelio. No quiere decir que Lucas se lo haya inventado todo, pero en gran parte responde, como en este caso, a su visión particular del Jesús de Nazaret y de su cristología.

Nos encontramos con la llamada a la alegría de Juan el Bautista; es una llamada diferente, extraña, pero no menos verídica: es el gozo o la alegría del cambio. El mensaje del Bautista, la figura despertadora del Adviento, es bien concreto: el que tiene algo, que lo comparta con el que no tiene; el que se dedica a los negocios, que no robe, sino que ofrezca la posibilidad de que todos los que trabajan puedan tener lo necesario para vivir en dignidad; el soldado, que no sea violento, ni reprima a los demás. Estos ejemplos pueden multiplicarse y actualizarse a cada situación, profesión o modo de vivir en la sociedad. Juan pide que se cambie el rumbo de nuestra existencia en cosas bien determinantes, como pedimos y exigimos nosotros a los responsables el bienestar de la sociedad. No es solamente un mensaje moralizante y de honradez, que lo es; es, asimismo, una posibilidad de contribuir a la verdadera paz, que trae la alegría.

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