Isaías 56,6-7; Romanos 11, 13-15. 29-32; Mateo 15, 21-28
Por: El Peregrino
Las lecturas proclamadas tocan un problema que es eterno. Es la apertura del corazón, la acogida de los migrantes que llegan en gran número a nuestro país, la aceptación del que es diferente.
Corremos el riesgo, como los Romanos, de creernos dueños del don de la misericordia de Dios, queremos atraparla en las 4 paredes de la comunidad y no salir de ahí.
Jesús que era Judío, deja su tierra y se va a Tiro y Sidón, sale y se encuentra con la mujer cananea. Aquí vemos el problema del contacto con los que piensan de otra manera, con los que son de otra raza, con el que tiene una cultura diferente. Jesús le plantea su postura: Él ha venido al pueblo de Israel, no para el resto. La cananea humildemente insiste y suplica, por favor, y el Señor abre la promesa. Mateo que habla a Judíos conversos les quiere hacer entender que cuando hay una necesidad humana, Dios quiere responder a ella sin importar raza, religión, lo que piensa la persona.
Que peligroso es cuando uno se encierra. Uno aprende con los años que uno ve el mundo desde un ángulo y los de afuera son distintos.
Todos tenemos zonas donde debemos dejar entrar al Señor para que produzca la transformación de nuestro criterios “hostiles” a otros más “evangélicos” . Tenemos que seguir la lógica que nos ha planteado el Papa Francisco -de ir a las periferias existenciales y materiales- y ser una Iglesia accidentada porque se ha sumergido en medio de todas las formas de dolor humano.
Que hermoso es el ejemplo y tenacidad de esta mujer cananea que le mostró a Jesús que fuera de Israel también había necesidad, fe, esperanza. Y no por ser diferentes Dios no estuviera presente allí.
Estamos en el mes de la Solidaridad, debería ser el tiempo oportuno para expandir nuestro corazón y ampliar la mirada a nuestro alrededor, para darnos cuenta que existen los “otros” con los cuales puedo entablar un diálogo partiendo por algo tan simple como saludar o sonreir.