Marcos, 11,1-10 ; Isaías 50, 4-7; Filipenses 2,6-11; Pasión según san Marcos 14,1-15,47
Por: El Peregrino
Con el Domingo de Ramos, transcurridos los cuarenta días de la Cuaresma, alcanzamos, junto a Jesús, la ciudad de Jerusalén, meta del itinerario de su ministerio público y lugar de su manifestación como Hijo de Dios y Mesías. En Jerusalén, en la Pascua, se inicia la aventura cristiana. El Domingo de Ramos, pues, nos introduce en el corazón del misterio pascual que, durante la Semana Santa, vamos a revivir y actualizar. En este sentido, el Domingo de Ramos es el pórtico pedagógico que nos adentra en lo que somos y creemos. Esta pedagogía es consecuente: la tristeza y el gozo, la muerte y la vida, se dibujan ya en los textos que van a ser proclamados. La Pascua está ahí haciendo notar su fuerza y su sentido. Por un lado, el evangelio de la fiesta del día nos traslada a la entrada triunfal de Jesús en la ciudad santa. Allí es recibido con gritos de júbilo como el que viene en el nombre del Señor a traer el Reino. Por otro, los textos de la liturgia de la palabra evocan la muerte; principalmente el relato de la Pasión de Marcos. En la dinámica de este claroscuro que recorre la vida del Nazareno, y que alcanza su culmen al final de la misma, se juega el ser o no ser cristiano. El Domingo de Ramos, por tanto, no solo introduce, sino que anticipa lo que se va a celebrar después paso a paso. Este es gran su valor pedagógico. Desde él se ha de celebrar y vivir. La celebración de hoy continuará en el Triduo pascual.
Hoy comienza la gran semana litúrgica que nos conduce a la Pascua, la muerte y resurrección del Señor, centro de nuestra fe cristiana. La Semana Santa, pues, es un tiempo de profundas vivencias religiosas; el misterio del Dios «entregado por nosotros» y la fuerza de su resurrección, como se expresaba San Pablo, nos convocan ante la Cruz que es el triunfo del amor sobre el odio, la esperanza frente a toda desesperación. El evangelio de la entrada en Jerusalén, con la procesión de la comunidad y los ramos, debe servir para inaugurar la gran semana del cristianismo. Toda la “tradición” y hermosura de los ramos y palmas, no obstante, nos invita a introducirnos en aquella experiencia de ir a Jerusalén que el profeta de Galilea no podía eludir. Jesús, sin duda, ya sabía lo que le esperaba: el juicio, la condena y la muerte. Todo eso se ha representado y se representa estéticamente muchas veces, pero en torno a aquella Pascua del año 30 no había nada teatral, sino la dura realidad de “alguien” que sabe lo que quiere. Jesús no se deja ilusionar por los gritos de “Hosanna”, porque no se sentía Mesías, y menos como algunos lo interpretaron. Estas aclamaciones justificarían más su juicio y su condena ante los poderosos que estaban esperando que llegara el profeta de Galilea a Jerusalén. Y llegó…
La lectura primera es uno de los cantos del siervo de Yahvé, el tercero. ¿Cuál es su mensaje?: nos abre a la ignominia de este mundo violento, cruel, frente a la fuerza de la mansedumbre del discípulo, del siervo de Dios, porque en su «pasión» Dios siempre estará con él. Es una lectura muy adecuada de preparación a la proclamación de la pasión del domingo de Ramos, ya que fueron los primeros cristianos los que descubrieron en estos cantos que el Mesías habría de sufrir si quería que su propuesta de salvación tuviera fuerza.
El himno de la carta a los Filipenses, segunda lectura de la liturgia de la Palabra, pone de manifiesto la fuerza de la fe con que los primeros cristianos cantaban en la liturgia y que Pablo recoge para las generaciones futuras como evangelio vivo del proceso de Dios, de Cristo, el Hijo. El que quiso compartir con nosotros la vida; es más, que quiso llegar más allá de nuestra propia debilidad, hasta la debilidad de la muerte en cruz (añadiría Pablo), que es la muerte más escandalosa de la historia de la humanidad, para que quedara patente que nuestro Dios, al acompañarnos, no lo hace estéticamente, sino radicalmente. No es hoy el día de profundizar en este texto inaudito de Pablo. La Pasión de Marcos debe servir de referencia de cómo el Hijo llegó hasta el final: la muerte en la cruz.
Hoy la lectura de la Pasión según san Marcos debe ser valorada en su justa medida. La lectura, en sí, debe ser “evangelio” mismo y nosotros, como las primeras comunidades para las que se escribió, debemos poner los cinco sentidos y personalizarla. La pasión según San Marcos es el relato más primitivo que tenemos de los evangelios, aunque no quiere decir que antes no hubiera otras tradiciones de las que él se ha valido. Debemos saber que no podemos explicar el texto de la Pasión en una “homilía”, sino que debemos invitar a todos para que cada uno se sienta protagonista de este hermoso relato y considere dónde podía estar él presente, en qué personaje, cómo hubiera actuado en ese caso. Precisamente porque es un relato que ha nacido, casi con toda seguridad, para la liturgia, es la liturgia el momento adecuado para experimentar su fuerza teológica y espiritual
No es, pues, el momento de entrar en profundidades históricas y exegéticas sobre este relato, sobre el que se podían decir muchas cosas. Desde el primer momento, en los vv. 1-2 nos vamos a encontrar con los personajes protagonistas. El marco es las fiestas de Pascua que se estaban preparando en Jerusalén (faltaban dos días) y los sumos sacerdotes no querían que Jesús muriera durante la “fiesta”, tenía que ser antes; el relato, no obstante, arreglará las cosas para que todo ocurra en la gran fiesta de la Pascua de los judíos ¡nada más y nada menos! Los responsables, dice el texto, “buscaban cómo arrestar a Jesús para darle muerte!. Era lo lógico, porque era un profeta que iba muy por libre. Era un profeta que estaba en las manos de Dios. Esto era lo que no soportaban.