Hechos5,12-16; Apocalipsis 1,9-11ª.12-13. 17-19; Juan 20, 19-31
Por: El Peregrino
En la vida, en nuestra vida de fe, atravesamos momentos de luz, sombras y oscuridad. No vemos nada claro. Mantenemos la duda. Nos acobardamos ante aquello que nos parece insalvable y no encerramos, poniendo hasta cerrojos y trancas en el corazón y nos convertimos en seres casi irracionales. Todo se hace noche. Sin escapatoria y sin salida. Sin libertad. Desterrados de nosotros mismos. Incapaces de analizar lo que experimentamos en medio de tanto sinsentido.
Volver a recobrar la confianza necesita de un levantarse y ponerse en camino hacia ese mundo de sueños y sombras. De muerte. Hay que poner luz. Hay que caminar hacia los fundamentos de nuestra propia persona.
Confiar, confiarnos a nuestra capacidad personal, sabiendo que somos mucho más que solo miedo. Hacer un camino interior que lleve a descubrir justamente que necesitamos “tocar” cada rincón de nuestra intimidad para ordenar e iluminar. Para poner vida.
Necesitamos descubrir la verdad del Resucitado que vive en la comunidad y en cada uno. Destruir todo cerrojo que impide abrirse a la historia presente en que viven las comunidades y que celebran la presencia del Señor. Cada comunidad. Su vida, es la referencia personal, local y universal para cada uno de los seguidores del Señor.
Será imprescindible acoger la misión que el Señor nos entrega. Ponerse en camino, en itinerancia, hasta la tierra de cumanos cómo deseaba Domingo de Guzmán, hasta las fronteras de cualquier horizonte. Por caminos que son sagrados y que se han de hacer descalzos. Con humildad. Sabiendo que ni la Palabra ni los carismas del Espíritu Santo nos pertenecen, sino que han de entregarse. Con nosotros también lo hicieron.
Todo el programa del Evangelio se contiene en estas palabras del Señor. Tiene la absoluta confianza de que tanto Tomás como todos los cristianos, seremos capaces de responder con la generosidad y respeto que merecen sus heridas.
El Señor que hace presente el Reino de Dios sabe que su comunidad lo realizará desde la conversión del corazón, la fidelidad y el respeto que se debe a toda persona que sufre el descarte. Se trata de vivir y convivir en la ley evangélica del amor.
Hoy no debemos olvidar que es el Domingo de la Divina Misericordia, pero no sólo hay que hacerla hoy, sino que es el gesto humanitario que arranca de la experiencia del Ministerio de Jesús y de su Resurrección ¿Qué persona me necesita?