Por: El Peregrino
La familia, una Iglesia en pequeño. La Iglesia, una gran familia
Si desde el verdadero humanismo se puede llegar a estas cimas de relación amorosa, ¿qué decir si lo miramos desde la experiencia y la exigencia cristianas? Cristo, al fin y al cabo, ha venido a eso: a enseñarnos a amar. No destruye nuestra capacidad de entrega, sino que la potencia. No viene a despojarnos de nuestro amor, sino a cultivarlo, orientarlo y agrandarlo.
La familia cristiana ha de llevar hasta sus últimas consecuencias las exigencias del amor, ha de llevarlas hasta el límite, o como diría San Pablo, hasta la ruptura de los límites. Apliquemos a la familia de Nazaret el esquema señalado: se da sin límites, se ayuda sin límites, se responsabiliza sin límites, se respeta sin límites, se conoce sin límites. Hay en toda ella un toque de misterio y una sobreabundancia de gracia.
Lo que no quiere decir que no fuera humana, que no surgieran interrogantes y problemas, sufrimientos e insatisfacciones. ¿Qué significaba ese guardar la palabra y meditarla sino un esfuerzo por crecer en el conocimiento, en el respeto, en la ayuda, en la compenetración? Al vivir Jesús en una familia la convierte como en un sacramento. Esa realidad humana pasa a significar una realidad espiritual: una familia surgida, no de la carne y sangre, sino de la fe y el amor; la familia que hemos dado en llamar Iglesia. Y ambas realidades significarán otra realidad divina: la común-unión trinitaria. ¿No es acaso Dios una Familia?Pero como en todo sacramento, hay que decir que el signo no sólo significa, sino que produce esa realidad significada. Es decir: que una familia de cristianos que viva con profundidad y fuerza sus relaciones familiares, está haciendo Iglesia, está siendo Iglesia y se está acercando, se está llenando, se está uniendo a Dios. Sí, ya sé que en la familia no hay obispo ni hay eucaristía, pero hay fe, hay amor, hay espíritu eclesial; ahí está Cristo. Cada familia, con las debidas limitaciones, podemos decir que es una Iglesia en pequeño.
La Iglesia, una gran familia
La Iglesia ha de ser familia de familias, misterio de amor entregado y creativo, brazos abiertos a todos los hombres, mesa y hogar para todos los pueblos.
La familia, Iglesia doméstica, no puede encerrarse en sí misma. Quien se aísla se pudre. La familia está bien, pero no es un absoluto. Debe abrirse a otras familias y a otro tipo de familias.
Familias abiertas e Iglesias unidas. Esta es la cuestión. Si abrimos a las familias y unimos a las Iglesias, estas dos realidades terminan encontrándose.