Domingo 4 de Febrero de 2018 V Domingo del Tiempo Ordinario

Domingo 4 de Febrero de 2018 V Domingo del Tiempo Ordinario

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Job 7,1-4. 6-7 ; 1 Cor. 9, 16-19. 22-23 ; Mc. 1,29-39

Por: El Peregrino

Job, quien vive el drama de una vida sin esperanza, como una lanza que va hacia la muerte, expresa los sentimientos de muchos hermanos nuestros que viven situaciones semejantes. Al final del libro tendrá que enfrentarse con Dios, y éste le hará ver que la vida, así tal como la hemos hecho y tal como queremos vivirla, no ha salido de sus manos. Él no has creado para la felicidad. Pero para ello, alguien (Jesús en el evangelio) y nosotros, ahora, tenemos que romper la espiral de la fuerza negativa y caótica que ello supone. Hay que esperar contra toda esperanza. Job no entiende, porque la vida eterna estaba lejos de haberse hecho un sitio en la teología de Israel, de que al final sus ojos sí podrán ver la dicha deseada.

La lectura de la carta a los Corintios no solamente es la contrarréplica al anti-evangelio de Job, sino a todo lo que sea una llamada a lo más negativo de nosotros mismos. Pablo ha recibido la misión de anunciar el evangelio, buenas noticias, y ello, no es un oficio que requiera salario, sino que lo entiende como un don para ganar a todos los hombres. Él sabe que eso no se paga, que no vale dinero, sino que es una gracia del que lo llamó a ser apóstol de los paganos y de todos los hombres. En otro momento el apunta la necesidad que tienen los evangelizadores de ser acogidos en sus necesidades por la comunidad, pero aquí Pablo está defendiendo su libertad más personal, la misma que nace del evangelio para no callar y para llevar a los hombres el mensaje de la salvación.

El evangelio de hoy es la continuación de lo que se había iniciado el domingo pasado con la actuación de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Y lo que quiere ponerse de manifiesto es que aquella enseñanza liberadora que se hizo en el ámbito del lugar sagrado y en el día del sábado, no puede quedar petrificado allí. En la vida de cada día, enfermedad, muerte, opresión -como ha entonado desesperadamente Job-, nos acechan continuamente, pero Jesús ha venido para traer el evangelio liberador. Con su actitud desafiante, que se relata aquí como un ciclo de actuaciones de su vida, está poniendo en su sitio lo que debe ser el mensaje liberador de las buenas noticias. La enfermedad no es consecuencia del pecado; lo más santo y sagrado no está cegado para nadie; Dios mismo busca a todas estas personas para llevarles esperanza. Eso es lo que significa esta jornada, jornada teológica, por otra parte, de Jesús en Cafarnaún.

El evangelista Marcos sabe que Jesús tenía que buscar una fuerza poderosa en la oración y en la intimidad con Dios, para decir y hacer lo que hizo en aquella “jornada”: ir a las casas, a los lugares públicos como la puerta de la ciudad, para liberar a los hombres de sus males. Ese y no otro, es el proyecto de Dios. Y aunque Jesús aparezca aquí como un taumaturgo, o algunos lo confundan con un milagrero que busca su fama (sus mismos discípulos así lo entendieron al principio), Jesús sabe retirarse para buscar en Dios la fuerza que le impulse a llevar el evangelio por todos los pueblos y aldeas de Galilea. En definitiva, el evangelio está frente a las miserias de la vida. Se ha hecho notar, con razón, que Jesús viene de parte de Dios como solidario con nuestras miserias. Pero además, en una lectura más en profundidad se nos muestra a Jesús luchando contra un sistema de vida y de ideas: los enfermos, los pobres, los marginados nos evangelizan; a ellos se acerca Jesús y con ellos nos llega a nosotros el evangelio.

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