Domingo 4 de Noviembre de 2018: Domingo XXXI del Tiempo Ordinario

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Deut.6,1-6 ; Hebreos 7, 23-28 ; Marcos 12, 28b-34

Por: El Peregrino

La primera lectura forma parte de lo que se conoce como los mandamientos deuteronómicos, que son una especie de catequesis de una escuela, que encierra el famoso Shema (¡escucha Israel!), de la religión deuteronómica, que los israelitas piadosos recitan todos los días, que está en los pequeños rollitos de las puertas de las casas, en las cajitas de las filacterias (tefillim) que se ponen para rezar en el muro del templo. La afirmación rotunda de monoteísmo es propia de la teología de esta escuela que inspiró la reforma del rey Josías, cuando el libro ¿se encontró? (cf. 2Re 22,10ss) en unas obras del templo. Se invita a Israel a pensar en su Dios, a guardarle fidelidad en cada instante, a amarlo sobre todos las cosas y sobre todos los dioses, porque este texto combate claramente el politeísmo.

La segunda lectura vuelve sobre la carta a los Hebreos. Es, probablemente, el c. 7 de Hebreos una de las cumbres de esta carta. En el texto de hoy compara a los sacerdotes de la antigua Alianza y a Jesús. En el texto es muy importante la permanencia del sacerdocio de Cristo “para siempre”. El autor, que es un gran exegeta apoya casi todo el c. 7 en el Sal 110 como oráculo del sacerdocio de Cristo, superior y más perfecto que el sacerdocio levítico. Este “para siempre” determina, incluso, la perfección del ministerio sacerdotal de Jesús: su sacrificio no es de cosas, de víctimas, sino de entrega absoluta de sí mismo.

La lectura nos ofrece los tonos polémicos que el autor quiere poner sobre la mesa: es una polémica contra el sacerdocio levítico y ritual. Aquellos morían y eran sucedidos por sus hijos y familiares, lo cual denota la precariedad de ese sacerdocio. Pero con Jesucristo no puede suceder así, porque su sacrificio de amor, llevado a cabo en la cruz, es un sacrificio eterno, que abarca toda la historia. Ya no son necesarios los sacrificios rituales a Dios, porque Jesucristo los ha hecho ineficaces. Los sacerdotes antiguos debían purificarse personalmente antes de ofrecer un sacrificio por el pueblo, pero Jesús, el Hijo de Dios, ha puesto fin a una religión que no salva. Solamente salva, y para siempre, el sacrificio de su amor por todos nosotros, ofrecido a Dios.

El evangelio nos presenta al escriba que quiere profundizar de lleno en la Torah, la ley del judaísmo, ¿con qué intención? ¿sabiendo que Jesús sería capaz de ofrecerle una interpretación profética? Ya hemos visto la importancia que tenía y tiene en el judaísmo el primer mandamiento expresado con el Shema Israel, que es parte de nuestra primera lectura. La cuestión no quedará en una simple disputa escolástica, como alguno ha sugerido. El alcance de esta discusión y la pregunta del escriba (¡insólita!) ponen en evidencia muchas cosas del judaísmo que también nos afecta a nosotros. Lo primero que salta a la vista es que el segundo mandamiento no le va a la zaga al primero, que pone el acento en el amor de Dios. La versión de Marcos no está calcada ni del texto hebreo, ni de la versión griega de los Setenta… con algunas variantes de tipo helenista quiere llegar a una propuesta decisiva.

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