Por: Hno. Ángel Gutiérrez Gonzalo
“Los ojos, como las ventanas
podemos cerrarlos, abrirlos
o entornarlos según nos convenga.
Disponemos de visillos y contra-ventanas
para graduar la luz de la mirada”.
Por las ventanas de los ojos respira el alma. Hay varios tipos de miradas que les invito a contemplar conmigo.
Mirada Limpia. La que guardas de la infancia, ilusionada, mágica, fascinada. La misma que hoy necesita tu retina tal vez empeñada por tanta mirada rutinaria o desdeñosa, después de haber visto lo que has tenido que ver y no quisieras. Recobrar esa mirada primigenia, genuina (ya no ingenua), honesta (ya no inocente). Que “si tu ojo fuera limpio, todo tu ser sería limpio”.
Mirada Contemplativa. Con la que exploramos esos otros mundos que están en éste y en nosotros mismos. Imágenes en las que nos reconocemos, en las que nos recreamos y comulgamos, con las que nos identificamos. Es que las cosas, las personas, los lugares que apreciamos piden ser considerados, acariciados por una mirada detenida, sostenida. Una mirada penetrante más allá de las apariencias. Que “lo esencial es invisible a los ojos”.
Mirada Implicada. Aquella que afronta la cruda realidad. Imágenes de la miseria humana, del sufrimiento del inocente, del desamparo o de la crueldad. Imágenes incómodas zarandean nuestra conciencia adormecida, nos hacen caer en la cuenta y nos dan que “pensar y sentir”. Rostros insoslayables, miradas que nos interrogan, en silencioso clamor reclaman nuestra atención y apelan a movilizarnos.
Mirada Benevolente. La que se posa sobre el mundo como blanca nevada que mansamente todo lo cubre (no lo encubre) con el manto de la universal compasión budista sobre la condición humana, la forma de vernos a todos en la común desnudez humana: frágiles, contradictorios, volubles, perplejos, inseguros e insatisfechos. Iguales en los primeros pasos y las últimas aspiraciones, sujetos a las mismas debilidades y tentaciones, alegrías y esperanzas íntimas… Es la mirada que se hace cargo, comprensiva, entrañable, cordial. Que yo quiero verte como deseo que tú me veas.
Mirada Amorosa. Con la que los amantes se miran a los ojos, la misma mirada con que juntos miran en la misma direccción. La que me dirige un “tú” que me descubre mi “yo”, la misma mirada que nos constituye a ti y a mí en un “nosotros”. Es que la cálida mirada del corazón nos confirma y reafirma, nos saca de nuestra casilla y nos conduce, por fin, a casa. Que el corazón no es ciego, como dicen. Es más, “sólo se ve bien con el corazón”. Ojalá, al final del día, envueltos por el silencio del atardecer, revisemos y examinemos cómo son nuestras miradas y graduemos la luz de ellas.