HNO. ÁNGEL GUTIÉRREZ GONZALO
No sé si nos damos cuenta que hoy día estamos acosados por el ruido que constituye uno de los elementos que definen a las sociedades urbanas e industriales.
Dios habla en el silencio del corazón, porque las palabras de amor se dicen en voz baja para que empapen el alma, como la lluvia tenue de primavera.
El silencio ayuda a personalizar y a interiorizar las palabras. No hay palabras más profundas que las que se pronuncian en el silencio del corazón.
El silencio no es vacío ni mudez, es vida, es comunicación. “Converso con el hombre que siempre va conmigo” (Antonio Machado).
Entrar en uno mismo para “oír otras voces que no están en el aire” (Orígenes) y “para oír crecer las hojas en primavera” (Indio Piel Roja). Esto supone un disponernos y un aprendizaje. Comenzar por hacer silencio exterior, desconectar la TV, la radio, el celular, etc. Buscar espacios y tiempos de ausencia de ruidos y tener la valentía de quedarnos a solas con nosotros mismos.
Silencio de pensamientos, proyectos, relajarnos, atender a la propia respiración, sentirnos, oler el aire y la tierra si podemos estar en el campo. Con frecuencia, lo material ahoga nuestro ser interior y le impide “conectar” con el núcleo profundo de nuestro yo, que se funde con el de Dios, que está ahí, en nuestro interior, y es quien nos fundamenta y nos da vida. “No estamos huecos” decía Santa Teresa de Jesús”.
Si lográramos vivir en silencio interior como espacio generador de vida y comunicación, seríamos más felices, más personas en medio del ruido, del tráfico y de la agitación de nuestra sociedad. Nos tendrán que enseñar, tendremos que aprender a hacer silencio interior.