Jorge Peña Lucero Comunicador Popular
Estaba conversando con mi amigo Edwin y él me contaba la historia de un hijo que amaba a su padre que tenía adicción a las drogas y al alcohol, pero él no lo sabía. Mi amigo me decía que para ese hijo su padre era un hombre perfecto, un padre cariñoso, el amigo fiel y divertido para ese niño llamado Daniel, su padre era todo. Daniel notaba extraño a su padre desde hace un tiempo ya que a veces llegaba riéndose y muy contento, con los ojos rojos, dilatados y con el semblante sombrío, pero para ese hijo el estado de su padre era culpa de su jefe, que lo hacía trabajar incluso los fines de semana, por lo tanto Daniel no podía disfrutar de la compañía de su amado padre.
Pero este sábado era diferente a todos los otros días, ya que su padre le había prometido llevarlo al estadio a ver el partido final de su equipo favorito, era la gran final y ese niño de siete años no quería perderse por nada en el mundo ese juego, pero la alegría mayor que sentía Daniel, era que su padre lo acompañaría a disfrutar de ese gran momento y estarían junto como siempre ese hijo lo había querido, deseado y soñado.
El padre por su parte sabía que para su hijo era importante ir a ver a su equipo favorito en ese partido, no lo podía defraudar, como el bien sabia y sentía que lo estaba haciendo desde hace mucho tiempo hasta ahora, y cuando se levantó ese sábado y se miró en el espejo del baño, vio su rostro una chispa de desesperación, se lavó y rápidamente se vistió y fue hacia donde estaba Daniel y le dijo: Me acaba de llamar el jefe de la oficina y debo ir, pero te prometo, hijo mío que volveré para acompañarte e ir al estadio. Te amo.
El niño quedó desconcertado, pero sabía que su padre era todo para él, era como su baúl de secretos y como lo había prometido llegaría a tiempo para ir al estadio. Por lo tanto se levantó lo más rápido que pudo para estar listo, para cuando llegara su padre, se bañó y peinó muy bien, ya que sabía que su padre le gustaba que anduviera limpio y ordenado cuando salían, se lo había dicho varias veces al acompañarlo al trabajo. El hijo tomó desayuno y al terminar se volvió a peinar, su pelo, luego ordenó su cama, sus juguetes, para cuando llegase su padre de la oficina.
Luego se sentó en el sillón y encendió la televisión, y puso su chaqueta al lado para no demorar a su padre cuando regresara y partir en un santiamén al estadio, a su vez pensaba en voz alta “mi padre trabaja solo para mí, y siempre me dice que sea un hombre bueno y no lo quiero defraudar, él es mi padre, mi amigo, mi baúl de secretos, mi todo”.
El sol ya estaba alto, ya había pasado la ventana y las sombras eran alargadas, cuando sintió que la puerta se abría, el niño se sintió culpable por no estar cerca de la puerta con la chaqueta, pero en ese instante el hijo mira a su padre y nota su cara el aspecto cansado de la oficina, tenía los ojos rojos, el semblante sombrío y murmuraba cosas incoherentes.
El padre mira a su hijo y le dice: Lo siento… no iremos al estadio. Eso fue todo, encerrándose en su dormitorio sin ninguna explicación. El niño rompió en llanto desconsoladamente echándole la culpa al jefe de su padre, por hacerlo trabajar tanto y no permitirle cumplir su promesa.