María Pilar Calderón, decana de la Facultad de Educación, U.Central
Es un hecho comprobado que los seres humanos somos indudablemente diferentes y diversos los unos de los otros, aunque compartamos una biología similar, espacios y experiencias comunes o arquetipos físicos parecidos, es nuestra historia y la percepción e interpretación que hacemos de nuestras experiencias construidas a partir de la propia subjetividad, lo que nos distingue.
La diversidad no es solo un concepto, sino un fenómeno amplio y una realidad riquísima, que incluye la gran variedad de posibilidades de expresión de nuestra condición de ser humano y su estar en un espacio determinado por los otros, por el ambiente y por la cultura, donde los diversos estilos de aprender, las minorías étnicas y culturales, los grupos de riesgo o la discapacidad es legitima expresión de nuestras diferencias. Como también lo es, la identidad de género y su diversidad.
Desde hace varios años la educación ha declarado cumplir un rol social coherente con una visión humanizadora, que concibe y respeta a los seres humanos como intrínsecamente diferentes entre sí, considerando esta diversidad como un valor, y entonces como una oportunidad de evidenciar en contexto como esta expresión de la diferencia se articula en sintonía con un habitar en la escuela y nos prepara para enfrentar el mundo y la vida.
Así, los estudios sobre la inclusión y particularmente en lo que a educación refiere, deben y están siendo abordados cada vez con más fuerza desde distintos campos científicos, distintas disciplinas y diversos paradigmas explicativos , todos con el denominador común de ofrecer una comprensión situada del fenómeno de la diferencia humana y la complejidad de sus manifestaciones en contextos biológicos, psicológicos, sociales y culturales, lo que permite evidenciar antecedentes y resultados que avalan un movimiento social y ciudadano que está impregnando la vida de las escuelas, las Universidades, las ciencias y los debates públicos.
Para la comprensión del sentido y fin último de la educación y para la necesaria problematización del sistema educativo hacia una educación inclusiva, es urgente entonces reconocer no solamente aquello vinculado a procesos pedagógicos y resultados , sino también la necesidad de establecer la escuela como un espacio distinto a la uniformidad y abierto a la individualidad, movilizando así el surgimiento de un nuevo paradigma ecológico para la construcción de la cultura escolar que reconoce e incorpora naturalmente la multiplicidad actual no solo de estilos de enseñar y estilos de aprender, sino de estudiantes y de profesores en un espacio compartido provisto de la fuente más obvia de la naturaleza humana que es la diversidad y en esto reconocer los derechos a la diversidad sexual y de género, es una prioridad en el camino hacia una real educación inclusiva.