Por: Hno. Ángel Gutiérrez Gonzalo
El Concilio Vaticano II pasará a la historia como uno de los acontecimientos más importantes del siglo XX.
El 11 de octubre de 1962, el Papa San Juan XXIII presidió la apertura solemne del Concilio Vaticano II, gran regalo de Dios para la Iglesia Universal:
Transcurridos ya 55 años, es bueno que pensemos y reflexionemos lo que significó para la Iglesia dicho Concilio.
El Concilio Vaticano II significó para la Iglesia una profunda revisión y autocrítica, a la vez que un decisivo ensanchamiento de su horizonte espiritual, teológico, pastoral y humano. Con dicho Concilio, la Iglesia se abrió plenamente al diálogo con el mundo moderno y captó con mayor sensibilidad los nuevos signos de los tiempos, a través de los cuales también Dios se manifiesta.
Creo que ha llegado la hora de la consolidación definitiva de las grandes intuiciones conciliares: La Iglesia abierta al mundo diálogo fe-cultura, Iglesia evangelizadora y sacramento de salvación para todos los hombres, Iglesia, igual Pueblo de Dios en el que todos los creyentes somos corresponsables.
Resultaría decepcionante que precisamente hoy que ya han madurado las ideas clave del Concilio, nos aletargásemos en la atonía y el conformismo pastoral, perdiésemos nuestra identidad de creyentes y nos quedásemos mudos en una sociedad secular, libre y pluralista que necesita más que nunca de la Evangelización, es decir, del anuncio de una Buena Noticia que gane el corazón del hombre de hoy, de forma que éste dé una respuesta personal y libre a la oferta de salvación de Jesús y desde ella transforme su corazón cristiano que haga del amor a Dios y al prójimo, de la verdad y de la justicia, las constantes motivaciones desde las que surgirán luego unos comportamientos éticos coherentes en el seno de nuestra sociedad.
Estimados amigos lectores: los textos del Concilio Vaticano II, que espero hayan leído alguno como buenos hijos de la Iglesia, constituyen la “carta magna” de la Iglesia actual. Son como el catecismo básico de los agentes de pastoral que trabajan diariamente por la renovación de la Iglesia.