Jorge Peña Lucero, Comunicador Popular
Hoy 22 de marzo del 2017, es el Día Internacional del Agua que se pretende darle la mayor importancia al agua dulce, ya que es un elemento muy escaso e insustituible, porque el agua es una necesidad vital para la humanidad y es esencial para la supervivencia de todas las formas conocidas de vida.
Los indios de América rendían culto al agua, a la que consideraban como elemento fecundante de la tierra. Los indios Araucanos contaban con un señor de las aguas, el Gencovunco, mitos que ellos consideraban como productor de las aguas minerales y de sus beneficios; otros de los mitos era el Tren-Tren, cima de los cerros inaccesibles a las agua del diluvio universal. Tren-Tren encarnaba la tradición del diluvio. Los mapuches acostumbraban invocar al dios Meulén, señor de los torbellinos, antes de entrar al río, y les hacían regalos, objetos los cuales eran arrojados sobre la superficie del agua.
Como ustedes pueden ver que en nuestra historia, el agua era un líquido muy preciado, respetado y cuidado por nuestros antepasados, pero también nuestra poetisa Gabriela mistral se inspiro en el agua y escribió:
“Aunque para los más sea poco el dar agua porque valoricen sólo el dar alimento, la verdad es que a la siesta, en ruta polvorosa, y el sol vertical, llevar el agua a una boca cuenta tanto como servir una comida “de mantel largo”, ya que la sed es peor que el hambre”.
También hizo el poema Beber:
RECUERDO gestos de criaturas y son gestos de darme agua.
En el Valle de Rio Blanco, en donde nace el Aconcagua, llegué a beber, salte a beber en el fuerte de una cascada que caía crinada y dura y se rompía yerta y blanca. Pegué mi boca al hervidero, y me quemaba el agua santa, y tres días sangro mi boca de aquel sorbo del Aconcagua.
En el campo de Mitla, un día de cigarras, de sol de marcha, me doble a un pozo y vino un indio a sostenerme sobre el agua, y mi cabeza, como un fruto, estaba adentro de sus palmas.
Bebía yo lo que bebía, que era su cara con mi cara, y en el relámpago yo supe carne de Mitla ser mi casta.
En la isla de Puerto Rico, a la siesta de azul colmada, mi cuerpo quieto, las olas locas, y como cien madres las palmas, rompió una niña por donaire junto a mi boca un coco de agua, y yo bebí, como una hija, agua de madre agua, agua de palma. Y más dulzura no he bebido con el cuerpo con el alma.
A la casa de mis niñeces mi madre me llevaba agua. Entre un sorbo y el otro sorbo la veía sobre la jarra. La cabeza más se subía y la jarra más se abajaba.
Todavía yo tengo el valle, tengo mi sed y su mirada. Será esto la eternidad que aún estamos como estamos. Recuerdo gestos de criaturas y son gestos de darme agua.
Un poeta anónimo escribió:
Adonde divide el agua oí el picacho nevado, los gritos del colorado, el roncar del Aconcagua; mientras él su marcha fragua riega Los Andes sereno, y remojando el terreno llega al mar encantador, saludando al tricolor del noble pueblo chileno.