Cristian Urzúa Aburto, Investigador Patrimonio Histórico-Cultural. Centro de Investigación en Turismo y Patrimonio
Mucho se ha escrito sobre el Ejército de Los Andes y la gesta que la perpetuó en los anales de la historia de América. Cientos de libros y artículos ensalzan esta proeza militar y a sus figuras señeras. Sin embargo, poco se ha reflexionado sobre otros aspectos que pueden ahondar en su significado. Quiero hablar sobre los monumentos y sitios relacionados al Ejército de Los Andes, los cuales se extienden de un lado al otro de la cordillera andina, entre Argentina y Chile, desparramándose como una red testimonial de cada acción llevada por el ejército, desde el campamento de Plumerillo en Mendoza hasta el sitio de la Batalla de Chacabuco por el lado chileno. Así, este vasto territorio de valles y montañas se convierte en un libro abierto que nos invita a leer en sus páginas de mármol y bronce aquella gesta que tiene una relevancia a nivel continental.
En la Comuna de Los Andes encontramos varios de estos monumentos. En la Plaza de Armas se alzan dos estructuras piramidales coronadas por los bustos de bronce de Bernardo O´Higgins y José de San Martín, erigidos en febrero de 1917 con motivo del Centenario de la Batalla de Chacabuco. Tenemos el monolito a la Victoria de Chacabuco en el Parque Urbano y el monumento al Combate de Guardia Vieja camino a la cordillera, por nombrar algunos. Varios son los museos locales que se distribuyen por el valle de Aconcagua que guardan la memoria de aquella época como el Centro Cultural de Putaendo, el Museo Histórico de San Felipe o el Museo de Alta Montaña de Los Andes en Río Blanco. Hay sitios sin monumentos que son recordados como el “Cariño botado” o el “Salto del soldado”, donde se genera un imaginario que produce narrativas asociadas a la época de la independencia.
En un contexto de construcción de Estado, esta red de monumentos y sitios articula un discurso político nacionalista que busca posicionar y legitimar a sus caudillos ante una ciudadanía emergente. A medida que se erige la estatuaria y esta coloniza el espacio rural y urbano, se oficializa el acto conmemorativo produciendo peregrinaciones cíclicas hacia estos santuarios, donde se rinde pleitesía a sus figuras principales. De esta forma, se inmortaliza en piedra una visión histórica que es transmitida como verdad incuestionable a través de actos públicos, construyendo lo que Benedict Anderson llamaría una “comunidad imaginada”. Así, los monumentos se convierten en dispositivos de poder que sacralizan una memoria histórica.
Esta mirada invisibiliza a ciertos actores y proyectos en la construcción del estado-nación, restando profundidad a procesos que son enormemente complejos. Los monumentos sacralizan las figuras de O’Higgins y San Martín, creando sujetos deshumanizados e impolutos. Por otro lado, los soldados de esta epopeya americana forman una masa uniforme, sin rostro y meramente accesoria ¿Quién se acuerda del ejército de esclavos negros que luchaba por el Ejército de Los Andes bajo la promesa de libertad? ¿Dónde está el memorial a las tropas de chilotes y valdivianos que murieron luchando por la bandera realista durante la Batalla de Chacabuco? Debemos decir que la conformación del Estado fue resultado de una lucha de intereses que superpuso unos proyectos por sobre otros. ¿Contemplaba el plan de liberación de Chile la muerte de los hermanos Carrera y de Manuel Rodríguez? ¿Por qué no se habla del proyecto federalista sostenido por los pipiolos y las provincias? Son preguntas que nos hacen cuestionarnos la historia como se nos ha contado.