El Guasón y Ciudad Gótica. Caos y violencia en un mundo en crisis

El Guasón y Ciudad Gótica. Caos y violencia en un mundo en crisis

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Por: Abel Cortez Ahumada

Llegamos tarde con mi hija y mi esposa. Compramos apurados, pensando que quizás no habría más entradas. Estaba repleto. Quedamos frente a la pantalla, abajo. Las letras de los subtítulos encima. Los rostros de los personajes pegados a nuestros rostros. Ubicación que acrecentó el peso de lo que veríamos.

Luego de los trailers de rigor y unas miradas indignadas a los infaltables conversadores impertinosos, comenzó la película.

Unas risas contrastantes, estridentes. Llanto. Alegría. Mezcladas con unas toses grisáceas. Arthur Fleck (Joaquín Phoenix), aparecía riendo y fumando de forma incoherente frente a una trabajadora social afroamericana. Su risa abultada, contrahecha, caía pesada. Incomodaba. No solo por su onerosa sonoridad, sino por lo indescifrable de su sentido. Desde ahí, el filme atrapaba y apretaba.

Ciudad Gótica aparecía nublada en su presente setentero, sucia, enrarecida. Caotizada por una crisis social y urbana que tenía a un puñado de privilegiados, los de siempre, con su sofisticada vida ampulosa. Al otro lado, trabajadores manuales e intelectuales, capas medias y sectores populares sin mucha distinción, todos apabullados por una vida penosa, enferma y empobrecida.

Phoenix, en una espectacular actuación, y T. Phillips, su director, dan con un personaje que representa, extremándolo, ese contexto societal perturbado. Violento. Pero creo que no violento por una rabia intrínseca, interna, puramente subjetiva. Más bien una violencia rabiosa como expresión de la tensión, el descontento y la desazón de sus habitantes, seres anónimos que sienten su existencia rasgarse, diluirse, de forma irreversible, mientras unos pocos, los dueños de la ciudad, juegan a la especulación financiera, la caridad fastuosa y, por si fuera poco, se presentan como la única alternativa de solución con la postulación de Thomas Wayne a la alcaldía. Y, además, escupen y se burlan de esos otros, las grandes masas anónimas, por su condición execrable y anodina. A juicio de los magnates y su tecnocracia, seres pueriles que no se esfuerzan lo suficiente para hacer algo, para ser alguien. A sus ojos, unos pobres payasos.

Sin proponérselo, al asesinar a tres profesionales exitosos de la Compañía de Wayne, obscena y violentamente clasistas como su dueño, hacen surgir una vitalidad nueva en el anónimo y esquizoide Arthur, quien inicia con ello su recorrido para encontrarse, a sí mismo, en el Guasón. Al mismo tiempo, ese triple asesinato a manos de un payaso sicopatologizado, abre la válvula para descomprimir la tensión social ante las injusticias, la pobreza, el caos y la locura. Se desatan las turbas, los saqueos y el crimen. La violencia del trastornado payaso, ante vínculos familiares tóxicos, cesantía y políticas sociales y de salud que reducen prestaciones y espacios de atención, terminan por empujar y liberar la vorágine sicopática del protagonista, alojada desde su infancia, ahora acicateada por su convulso presente.

Según mi perspectiva, este es uno de los puntos fuertes de la película. Su invitación a pensar un mundo en el caos. Es cierto, siempre estamos en caos. Así como otras, esta película posibilita imaginarse el caos globalizado y de verdad. Extremo. Totalizado. Pero verosímil.

Creo que al jugar con la temporalidad y situarnos histórica y estéticamente en la década de los setentas, de manera exquisitamente lograda y acompañada por una precisa y lucida banda sonora (hay que decirlo), la película nos saca del presente y nos reubica diacrónicamente. No solo hacia el pasado. Creo yo, más bien, hacia el futuro próximo. Invitación distópica que permite interrogarnos, de forma no muy alentadora, ¿qué pasará, no en 1970, sino en el 2070, cuando las crisis sociales y económicas de un capitalismo viejo y decadente, infartado por nuevas guerras mundiales y regionales, converjan con las más nefastas consecuencias de las crisis climáticas y ambientales generadas por ese mismo capitalismo? La desigualdad social sigue agudizándose, en un mundo donde será cada vez más difícil vivir. Veamos a nuestros crianceros y campesinos, empobrecidos y secos, a metros de grandes agroindustrias que alimentan los refinados gustos por paltas y frutas en invierno de las clases medias y altas de las economías industriales. De un extractivismo hidráulico y mineralógico que no deja de secar ecosistemas frágiles y únicos. Ciudades segregadas, atiborradas de trabajadores empobrecidos y con próximos racionamientos de agua, electricidad y prestaciones sociales. Con unos medios de comunicación y redes sociales que anestesian e inmovilizan, que muestran todo y nada al mismo tiempo, siempre resonando en ellos el mensaje del dinero y el poder. Unos pocos, los que inter-generacionalmente han sido privilegiados por sus linajes y herencias, posición que nunca reconocen, juzgando al resto con implacable regla meritocrática, como el padre de Bruce Wayne (el embrión de un Batman que nunca verán en pantalla), agudizarán las desigualdades y diferencias al estar en la cúspide de una sociedad donde unos individuos aislados precarizan sus niveles de vida y sus derechos sociales. Cuando la política ve desgastada su legitimidad a manos de buena parte de sus políticos, cuando ya no construye horizontes utópicos colectivizantes, el desorden, la turba y la violencia constituyen una amorfa salida para el descontrol y la injusticia.

Sin ser fatalista, por el contrario, siempre con cierto realismo optimista, las noticias nacionales y mundiales me quitan continuamente la esperanza. Sigo creyendo en la posibilidad moderna de construcción política de un porvenir mejor y democrático. Pero, siendo crudos, las perspectivas de futuro se ven harto sucias y corroídas. Planetariamente inciertas. Nos quedan como especie, fácilmente, quinientos o más años. Pero así como vamos, nuestras condiciones -esperemos que más tarde que temprano- serán como las de la Ciudad Gótica de Todd Phillips, pero muchísimo, muchísimo peor.

El Guasón exuda ese caos humano, social y mundial posible. Su hilarante y contradictoria existencia, se trepa rápidamente hacia la violencia extrema y su clímax se precipita por vía de un exorbitante asesinato pop. Otra reacción a la burla dialógica del poder (medial). La ciudad arde. ¿El Guasón? el líder icónico de la masa asfixiada y enrabiada, el rostro del caos y la locura del mundo.

Grandes actuaciones. Inteligentes bromas, intercaladas puntillosamente en el cuadro general de angustia y desquiciamiento. Buena película. Tensa, pesada, cautivante, desafiante. Salimos todos medios contrariados.

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