Dr. Christian Thomas T., director General del Centro de Estudios de la Sexualidad Chile, docente Escuela de Medicina Universidad de Valparaíso
Qué complejo se hace ser hombre hoy. Lo cual no pone en discusión lo difícil que se hace ser mujer hoy.
El hombre ha recibido la influencia de 7000 años de la era patriarcal. Sí, porque se define esta época desde la caída de la cultura Gilánica en adelante y eso comenzó a ocurrir unos cuatro a cinco mil años antes de Cristo. Fueron, aparentemente, hordas de guerreros de lo que hoy sería Afganistán, Sur de Rusia, Tajajiskán, etc., las que invadieron territorios de lo que hoy sería Europa. Los Kurgan traían como concepción ideológica la espada, la lanza, el caballo y la idea de derribar el mundo matricial.
Toda acción de este tipo implica una campaña militar, política, ideológica y un movimiento social-cultural enorme, que en este caso implicó una concepción ideológica que le diera sentido a sus acciones; en lo que sabemos, esto fue devaluar las diosas femeninas, las Grandes Diosas (Ishtar, Anath, Astarté, etc.) e instaurar dioses de preferencia masculinos. Es cierto que el politeísmo vivió (y vive) por miles de años, pero lentamente las diosas dieron paso a los dioses, la religión del Padre y luego el monoteísmo.
Puntal en esto parece ser Akenaton, líder y deidad faraónico egipcio, que instauró por primera vez la idea de un dios único y masculino; ATON. Esta aventura duró poco tiempo y luego de una revolución social religiosa se reinstalaron las deidades politeístas en Egipto.
El segundo puntal del patriarcado y monoteísta es Moisés, quien guía al supuesto pueblo hebreo por los desiertos luego del segundo éxodo desde tierras egipcias hacia la tierra prometida. De esta aventura épica se desprenden múltiples historias, que no es el caso abordar aquí, pero que culminan en la reunión de las 12 tribus hebraicas en el reinado del rey Saúl y la decisión de adorar un dios único YAVEH. (Que venía de la conjunción de Aton, El, Astoreth).
El patriarcado se enseñoreó con lo femenino. Aplacó la luz del mundo femenino tanto en la mujer como en el hombre. Y esto es muy importante de entender, pues mucho hincapié se hace en la rudeza del patriarcado sobre el mundo de la mujer, y con justicia, pero poco acento se pone en el desastre que ocasionó sobre el mundo del hombre.
Sí, porque el patriarcado no es símil de hombres. Es cierto que los hombres adquirieron predominancia en esta era, pero sufrieron la amputación de su mundo interno femenino, su ánima. Esto produjo entonces una deformación de el mundo psíquico y emocional del hombre, con acento en lo masculino. Se acentuaron y se fortalecieron las funciones del hemisferio izquierdo, masculino y de la energía masculina; agresividad, decisión, autosustento, frialdad, penetratividad, linealidad, y más tarde la razón, el intelecto, la persuasión, etc. Por el contrario, se debilitó y se abolió las habilidades del hemisferio derecho asociadas a la feminidad; emoción, afectividad, acoger, recibir, contener, cuidar, las redondeces, etc.
Fue así como el hombre pagó un alto precio en estos miles de años y los sigue pagando aun. Las circunstancias ideológicas fueron acentuando los rasgos patriarcales, con los aportes de Aristóteles y luego René Descartes, quien con su premisa del “je pensé, donc, je suis” (pienso luego existo) acrecentaron el pensamiento alejando más la emoción, los afectos y el cuerpo, del mundo masculino. De esta manera, la capacidad y las habilidades afectivas y emocionales se fueron restringiendo, apagando, y distorsionando la imagen del hombre. Su autoestima se afianzó en la frialdad, la distancia emocional, la coraza afectiva. Las enfermedades del corazón fueron haciéndose la voz del cuerpo que protestaba por esa división.
Lentamente a través de la historia, el hombre se sostuvo en tres pilares: la heterosexualidad, ser el padre de los hijos y el proveedor de la familia.
Recién después de la revolución francesa, 1789, al rodar la cabeza del rey Luis XVl se produciría el simbolismo de la perdida del poder patriarcal sobre la tierra. A partir de entonces el hombre fue perdiendo poder y el estado fue reemplazando su omnipotente control sobre la familia y la sociedad. Esta misma sociedad ha ido maternalizando al estado, favoreciendo políticas a favor de las mujeres.
El hombre de hoy, a medio camino entre esta herencia patriarcal y el posmodernismo de hoy, se ha visto perturbado y confuso en sus acciones. Sus habilidades afectivas atrofiadas por miles de años deberán desarrollarse nuevamente, despertando su ánima, exponiendo su vulnerabilidad e integrándola a un campo más amplio de su identidad.
En el ámbito sexual, estas habilidades incluyen la inteligencia sexual, el placer mutuo, el intercambio afectivo, la conexión emocional con su pareja y el abandono de la competitividad.
La pornografía, los movimientos talibanes en distintos ámbitos de la sociedad, el fortalecimiento de religiones ultras nos hablan que el patriarcado sigue vivo e intenta reaccionar frente a los cambios dramáticos de la sociedad humana.
Sin embargo, me parece que este movimiento histórico es irreversible y más tarde o más temprano, un equilibrio llegará a la humanidad integrando el mundo femenino y masculino. Para entonces el hombre será un hombre nuevo, distinto, y esperablemente más feliz.