Por: Andrea Mira, académica Escuela Terapia Ocupacional U. Andrés Bello
Un niño o niña con discapacidad deberá enfrentar mayores dificultades, barreras físicas y sociales para lograr una participación satisfactoria en sus actividades cotidianas, entre ellas, el juego. A veces por alteraciones en su desarrollo motor, cognitivo, social o sensorial tendrán mayores dificultades ya sea para explorar, manipular o relacionarse con los juguetes y con sus pares o adultos en un contexto lúdico. Por ejemplo, un niño con dificultades cognitivas puede interactuar con un objeto de manera repetitiva, sin darle un uso específico o funcional. Por otro lado, un niño con una parálisis cerebral, que requiere el uso de una silla de ruedas para desplazarse, podría tener dificultades para acceder a una plaza o al patio de colegio Si retomamos la idea del juego como una experiencia esencial para nuestro aprendizaje y socialización, no podemos permitir que los niños y niñas con discapacidad se vean privados de esta vivencia. Es más, debemos incorporarlo de manera temprana en las intervenciones y potenciar el que las familias lo utilicen como algo natural en sus dinámicas. El juego es una herramienta fundamental para el aprendizaje de los niños con discapacidad.
Las necesidades de cada niño o niña variaran, dependiendo de su desarrollo y del contexto en el que se desenvuelve. Pero, en general, podemos mencionar que les puede tomar más tiempo aprender, e incluso pueden prestar dificultades en atender a un estímulo o juguete presentado. Es por esto que estudios han demostrado que los adultos (padres o terapeutas) deben lograr que los niños o niñas se sientan seguros y confiados, antes de presentarles experiencias novedosas.