Por: Jorge Peña Lucero, Comunicador Popular
San Martín obtuvo el apoyo del gobierno de Buenos Aires, envió a Chile noticias tranquilizadoras para los realistas, exigió a los vecinos de Mendoza contribuciones de guerra, libertó a los esclavos negros para que se enrolasen en sus tropas, incorporó a ellas a la emigración chilena que seguían a O’Higgins y aquellos soldados que seguían a Carrera y que estuvieran dispuesto a servir bajo sus banderas.
Al mismo tiempo, enviaba a Chile emisarios, que bajo el disfraz de expulsados de Mendoza, venían a este país a proclamar su arrepentimiento y hacer circular noticias hábilmente calculadas para engañar a los realistas. Entre estos agentes estaba: Pedro Aldunate y Toro, nieto del conde de la Conquista, el abogado Manuel Rodríguez y el arriero Justo Estay, que dio a San Martín informes exactos sobre el número y situación de las tropas del rey.
Entre chilenos y argentinos, el Ejército de los Andes llegó a tener de 4.000 hombres perfectamente armados y disciplinados y para mantener disperso el ejército de Marcó, que era superior al suyo, San Martín encargó a Manuel Rodríguez emprender en Chile una campaña de montoneras. Rodríguez, por su audacia y valor, se convirtió luego en un héroe popular. Sus guerrillas distrajeron a las tropas reales entre Maipo y el Maule. Para sus correrías reunió un grupo de hombres de audacia ilimitada, y a unos verdaderos bandidos. Estas bandas se dispensaban por los campos dando golpes esporádicos donde menos se les esperaba. Un famoso salteador, Miguel Neira, ovejero en su juventud y que había adquirido triste reputación, capitaneaba una de esas bandas.
“Las cabezas de Rodríguez y Neira fueron puestas a precio por Marcó de Pont; pero tanto era el prestigio de Rodríguez que nadie lo delató” (Agustín Edwards).
La influencia de esta guerrilla en el desenlace de Chacabuco fue considerable. Contribuyó sin duda a la desorientación de Marcó, que San Martín organizó astuta y pacientemente desde el otro lado de los Andes. Le quedaba a San Martín lo más difícil: atravesar la mole andina, que hasta ese momento había sido su mejor protección contra los realistas de Chile.
El ejército salió de Mendoza en enero de 1817, formando tres divisiones que mandaban respectivamente O’Higgins y los argentinos Soler y Las Heras.
Las Heras atravesó la cordillera por Uspallata y ocupó la villa de Los Andes. O’Higgins y Soler tomaron por el paso de Los Patos o Valle Hermoso y cayeron en San Felipe. Las tres divisiones se concentraron luego en Curimón para marchar contra Santiago el 9 de febrero.
Al mismo tiempo, pequeños destacamentos caían sobre Copiapó, Coquimbo, San Gabriel y otro al mando de de Freire, pasaba por el Planchón y se unía a los guerrilleros de la región central.
En la Batalla de Chacabuco (12 de febrero de 1817), los movimientos de San Martín, efectuados con precisión de un reloj, desconcertaron a los realistas, que no alcanzaron a reunir todo su ejército, que era muy superior en número al chileno-argentino. Solo 1.600 hombres, entre chilenos y españoles, alcanzaron a reunirse para contener la invasión, al mando del brigadier español Rafael Moroto.
San Martín, no queriendo dar a los realistas el tiempo de concentrar todas sus fuerzas y sabiendo que la división de Moroto no estaba separaba de él más que por la cuesta de Chacabuco, ordenó que las divisiones de O’Higgins y Soler escalaran los cerros y cayeran sobre los realistas, que ocupaban la falda de aquélla.
O’Higgins inició el combate atacando a la bayoneta las posiciones de Maroto. Enseguida, la llegada de las fuerzas de Soler consumó la derrota de los realistas.
Maroto y más de 600 oficiales, funcionarios y soldados se embarcaron en Valparaíso, trasladándose enseguida al Callao. Marcó, que había huido a San Antonio, no halló allí el barco que cría encontrar y se dirigió a Valparaíso siendo capturado en la hacienda de Las Tablas. Días después entregó su espada a San Martín, quien lo envió prisionero a la Argentina, donde murió en 1819.
La victoria de Chacabuco, aunque rápida y poco sangrienta, aseguró la libertad de las provincias de Santiago y Coquimbo; pero la guerra iba a proseguir en la de Concepción, donde los realistas disponían de importantes fuerzas.