Por: Hno. Angel Gutiérrez Gonzalo
La Resurrección de Jesucristo es el verdadero nacimiento del sol, más que la Navidad, o si quieren, el triunfo definitivo del sol sobre las tinieblas de la noche. En la Pascua de Resurrección habría que comenzar a contar el tiempo. Porque decimos que Cristo resucitó el día del sol, el primer día de la semana; pero no, cuando Cristo resucitó fue el primer día de la era nueva, el primer día del mundo nuevo, el comienzo de una nueva creación.
Con Cristo resucitado, todo comienza de nuevo, todo tiene un color y un sentido nuevo, todo tiene un nuevo perfume y un nuevo sabor.
Con la Resurrección la vida empieza a tener un sentido nuevo. Si antes se vivía para morir, ahora se muere para vivir y se vive para más vivir. Si antes el amor era por un tiempo, lo más hasta la muerte, ahora el amor puede ser definitivo, porque es más fuerte que la muerte. Si antes la historia parecía incoherente y el futuro temeroso, ahora todo se ilumina y se llena de esperanza, abierta siempre a nuestras transformaciones, soñando siempre con mayores utopías. Desde que Cristo resucitó, todo es posible, todo tiene sentido, todo se puede esperar.
El día de la Resurrección, estimados lectores, es la aurora del nuevo mundo. Atrás quedaba el mundo viejo con sus guardias y sus sepulcros, con sus violencias, sus cruces, con sus poderes y sus esclavos, con sus mentiras y sus temores. Atrás quedaba el viejo mundo de las ambiciones, de las envidias, de las codicias, de las luchas, de las tristezas. Todo ese mundo quedó en la Cruz y en el sepulcro. Ahora amanecía el mundo del Espíritu y “donde está el Espíritu hay libertad”, hay verdad, hay amor. Y todo en abundancia. Donde está el Espíritu hay creatividad y solidaridad y comprensión. Donde está el Espíritu hay bienaventuranza.
Aquel “primer día de la semana” llegaría a ser el primer día de la nueva creación, el cumpleaños del mundo. Quien primero empezó a caminar por este mundo nuevo, quitando a la madre, fue María Magdalena. En este mudo nuevo, más que caminar, “se corre”.
Pedro y Juan también se pusieron a correr. Todas las carreras tenían como meta a Cristo resucitado. Siempre, la fe es un camino, una carrera hacia la Pascua.
En estos días de gozo y alegría pascuales, así como durante toda nuestra vida, seamos testigos de Cristo Resucitado.
Con afecto y alegría, deseo a ustedes y a sus familias.