Por: Rubén Dittus, académico Facultad de Comunicaciones, Universidad Central
La reciente exhibición de un reportaje televisivo donde se revelaron las millonarias inversiones del PS trajo coletazos con insospechados efectos electorales. En un año donde la transparencia será puesta a prueba con nuevos estándares de blancura, los conflictos de interés parecieran dar forma al guión de una película sin mayores exigencias de originalidad y donde los ganadores podrían ser otros, dejando moribundo al que hace algunos meses era considerado el único salvador de la nación: un millonario ex Presidente y líder de la oposición. La realidad está haciendo lo suyo. Hace un año el siguiente relato sonaba inverosímil. Hoy, no tanto. Imaginemos por un momento un país latinoamericano (no tiene por qué ser Chile) en pleno año de elecciones presidenciales. Para tensionar más el ambiente, dejemos que también se renueve el Parlamento, y hagámoslo, inaugurando un nuevo sistema electoral. Hay más diputados y senadores para elegir. Cambian los distritos y las circunscripciones. Nuevos rostros y tramas secundarias de antología.
Definido el escenario, diseñemos el viaje de nuestro héroe. En teoría del drama esto se conoce como el monomito: un personaje protagónico se lanza a la aventura desde su mundo cotidiano, tropieza con fuerzas fabulosas y acaba obteniendo una victoria decisiva; luego, regresa de esta misteriosa aventura con el poder de otorgar favores a sus semejantes. Para que sea tragedia debemos incorporarle un final trágico: el salvador es derrotado, pero sale fortalecido. ¿Cómo ocurre? Fácil, cambiando las condiciones de la aventura. En este nuevo relato, la noche de las narices frías del socialismo-capitalista emerge como un punto de quiebre. Imaginemos que las millonarias inversiones complican aún más a la débil coalición gobernante. Como no hay forma de aclarar dignamente el escándalo, el candidato oficialista baja y baja en la opinión pública. Ahora no saben cómo sacarlo del ruedo. Algunos calculadores aliados cruzan la vereda y hacen reuniones privadas con una rubia y buenamoza senadora del sur. Creen que tiene chance. Ella también quiere ser Presidente. En la recta final, nuestro héroe se sigue enredando sólo. Aparecen nuevos dineros no declarados. Como el enemigo tampoco los aclara, el héroe usa la estrategia del empate. “No tengo por qué hablar de plata”, dice. “Si los demás no hablan, yo tampoco”. Y funciona. Salvo por un cálculo mal hecho. El verdadero enemigo del héroe venía galopando silencioso. Tiene forma de mujer y es apoyado por un par de diputados mediáticos y un alcalde recién electo de una ciudad-puerto. Es una coalición joven, se dice, incorrupta (aún, claro) y conocedora de las redes sociales.
El héroe pierde la elección y se dedica a sus negocios. Luego de la primera crisis del nuevo gobierno (a los pocos meses el país se da cuenta que no tenían experiencia para gobernar), las inversiones caen estrepitosamente y el héroe busca aliados. Se acuerda del socialismo-capitalista. Un nuevo pacto ha nacido. Fin de la historia.