Por René León Gallardo, Historiador e Hijo Ilustre de Los Andes (Segunda parte y final)
Algunas familias, ocuparon carros de pasajeros del Ferrocarril del Estado para alojar en algunas noches siguientes al fuerte sismo, en busca de seguridad ante las frecuentes réplicas.
Las oficinas de Correos y Telégrafos debieron funcionar improvisadamente en el quiosco de la plaza de Armas. Las autoridades solicitaron la autorización para ocupar dos casas para el funcionamiento de esas reparticiones mientras se hacían la reparaciones del edificio de la Gobernación.
A título anecdótico, en mi familia se recordaba siempre lo sucedido a mi tío político Ernesto León Morales, entonces un niño de 12 años que acompañanaba a una dama francesa, en una casa de dos pisos, junto al actual Círculo Italiano que todavía permanece en pie. Al iniciarse el primer sismo, la señora huyó despavorida, seguida de mi tío, hacia la escala para bajar y salir de la casa. Mientras bajaban, ella tropezó en su largo vestido y se vino rodando dando tumbos en la escala. La pobre señora, además del susto, quedó muy machucada y adolorida. Por milagro, escaparon de la caída de cornisas que se desprendieron del edificio. Instantes después, vino el segundo y más fuerte movimiento telúrico que aumentó el grado de destrucción que, al menos en Los Andes, no fue tan grande como en las ciudades y poblaciones más cercanas a la costa.
Esa noche, gran parte de la población andina, durmió en improvisadas carpas en la plaza de Armas y en las avenidas de la ciudad.
Las religiosas carmelitas descalzas que hacía 4 años se habían mudado a Los Andes desde su monasterio original en Curimón, también dejaron testimonio de su vivencia durante el terremoto:
“Esa noche la comunidad se encontraba en el coro cuando, al final de completas, la tierra comenzó a temblar con tanta violencia que las hermanas salieron, llevando consigo una imagencita de San José que al primer remezón cayó al suelo. Reunidas frente al cerro de la Virgen, que aparece como una visión de paz y de bendiciones sobre la ciudad, rezaban y contemplaban estupefactas e impotentes las violentas sacudidas. Sobre el suelo mojado por la lluvia estaban más seguras que en en otra parte, escuchando los lamentos de la gente y el ruido sordo de las tapias que se derrumbaban en los alrededores. Tras algunos minutos, en que no cesó la tierra de moverse, sobrevino el segundo y tal vez el más fuerte que el primero”.
“Pasado el peligro, llegó el Sr. Cura preocupado por la suerte de la comunidad. Luego de limpiar el coro y recoger la tierra y revoques desprendidos de las paredes, las hermanas, sintiendo que podían morir en cualquier momento, quisieron estar mejor preparadas y pidieron a la Madre Angélica les permitiera renovar en ese momento sus votos. También los hicieron las 3 novicias que había. Luego se recitó maitines, en medio de las réplicas que se sucedían una tras otra”.
“Todas las imágenes saltaron de tal forma que quedaron al borde de sus respectivos pedestales o muebles en que se hallaban. El techo quedó desmantelado y hubo bastantes destrozos, pero nunca tanto como en otros lugares. Hubo pueblos totalmente arruinados y los monasterios de Valparaíso y San Bernardo sufrieron el derrumbe del coro y de muchas dependencias. En su misericordia, el Señor libró a las hermanas de accidentes y de fatales destrozos” .
La Municipalidad determinó formar una comisión técnica, compuesta por arquitecto José Cazorla y por el Inspector de Policía Urbana, para inspeccionar todos los edificios de la ciudad y para proponer las medidas que fuera prudente adoptar.
Por su parte la Gobernación , solicitó a la Comisión Recolectora de Fondos para ayudar a los damnificados de Valparaíso que se había formado en Los Andes, integrada por los señores Arturo E. Ossa Téllez , Amador Pérez Lucero y Enrique Mackenthun Rathge que empleara parte o la totalidad de los recursos reunidos en ayudar a los damnificados del departamento de Los Andes. La misma autoridad informaba que había recibido telegráficamente la suma de 2.000 pesos enviados por el Comité de Socorros constituido en Iquique, al conocer la triste situación de nuestro departamento.
El gobernador nombró una comisión de respetables señoras de la ciudad para que colectase fondos, mercaderías, y cuanto pudiera contribuir a aliviar la situación del departamento. Esta comisión procedería de acuerdo con otra comisión formada por caballeros para la mejor inversión de los recursos que se obtuvieran.
Algunos comerciantes italianos locales, como Pedro Martini, Rojelio Bravari y Nicolás Ferreto avisaban al público en La Unión Liberal, con fecha 23 de agosto de 1906, y a los comerciantes que, con el fin de aliviar en algo la crítica situación por la que atrasaba la ciudad y para hacer lo humanamente posible para ayudar a los pobres, venderían el azúcar a 30 centavos la libra y los demás artículos, al precio corriente .
Ante la gravedad de la situación que vivía la población a causa del fuerte movimiento telúrico, la Sociedad Industrial de Los Andes, ante gestiones de la Gobernación del departamento, resolvió vender el pasto aprensado desde un fardo, al mismo precio anterior al de la catástrofe ocurrida. La medida tendía a dar facilidades al público ya que, muchos aprovechaban la oportunidad para encarecer los precios de todos los artículos.